Apuntes más allá de la neblina electoral // Verónica Gago y Mario Santucho
Escribir bajo los efectos de una derrota suele ser catártico y
contraproducente. Pero puede ser también un escenario privilegiado para
recobrar lucidez. Los resultados de las PASO exigen un replanteo a quienes
desde distintas perspectivas desplegamos la crítica al neoliberalismo, porque
la adversidad va más allá del terreno de las urnas y sustenta el éxito de las
políticas que resistimos.
Cambiemos está consolidando su dominio en
todo el país, gracias al apoyo de sectores cada vez más amplios de la
población. El oficialismo penetró con su noción de “cambio” en casi todos los
rincones del país, hasta convertirse en (la principal) fuerza federal. Ganó en
provincias impensadas. Arrasó en los grandes centros urbanos. Y aunque perdió
en el conurbano con la principal candidata opositora, Cristina Fernández de
Kirchner, incrementó su caudal de electores (a pesar del descontento por su
primer año y medio de gestión que comienza a manifestarse). Es evidente,
entonces, que la maquinaria amarilla ha logrado una importante profundidad
territorial. Y parece haber tomado en serio la idea de transversalidad, ya que
su voto no es fácilmente encasillable por clases sociales e interpela más allá
de las estructuras partidarias.
Otro aspecto significativo: el actual
gobierno cuenta con dos laboratorios políticos privilegiados, en su tentativa
de transformación social. El primigenio y también el más avanzado se desarrolla
en la Ciudad de Buenos Aires, donde el estilo de gestión insinuado por Horacio
Rodríguez Larreta (con rivetes “progres” respecto de los gobiernos anteriores
de Macri), y la entronización de Elisa Carrió como candidata del PRO,
consiguieron una aceptación demoledora. El otro experimento es Jujuy, donde la
metodología represiva y disciplinadora para domesticar cualquier desafío
plebeyo fue revalidada en las urnas con el 36 por ciento de los sufragios.
Así las cosas, el predominio de esta nueva
derecha ya no puede tomarse como algo pasajero y fortuito. Por lo tanto, es
fundamental comprender en qué reside su superioridad respecto del resto de las
fuerzas políticas y con qué argumentos se apropió de la iniciativa para
determinar el formato de la discusión.
El macrismo se piensa a sí mismo, y es
percibido por las élites latinoamericanas, como la vanguardia de la lucha
contra el populismo en el Continente. El movimiento político que mejor encarna
la crisis del ciclo de gobiernos populares surgido a comienzos del siglo (no
hay que olvidar que el PRO es una interpretación en clave empresaria del “que
se vayan todos” de 2001). A diferencia de lo que sucede en Brasil, destronó al
peronismo través de elecciones en 2015. En 2016 contuvo la crisis y ensayó una
transición, involucrando a muchas organizaciones sociales y a buena parte de la
oposición. Ahora acaba de convalidar en los comicios de medio término su
condición de faro, al recibir al vicepresidente norteamericano mientras
festejaba la baja del riesgo país.
La gran promesa de Cambiemos, su horizonte
ideológico, es la construcción de una sociedad posperonista. Y buena parte de
su proyección se debe al modo en que traduce en clave emprendedora las
expectativas de progreso popular, aprovechándose del agotamiento de la
principal identidad política de la Argentina. Es notable que una estructura
cuyos cuadros provienen en su mayoría de empresas o del universo de las
fundaciones haya conectado con las nuevas subjetividades urbanas, y sea quien
mejor esté leyendo las demandas de la población.
Como telón de fondo de esta operación de
lecto-captura acontece un cambio casi antropológico: la disolución del axioma
dignidad = trabajo, y su reemplazo por el anhelo de consumo y mérito. A caballo
de esa verdadera fuerza motriz del neoliberalismo, desde las usinas PRO
interpretan el deseo de las distintas clases sociales al ritmo del “tutun
tutun”. Reformulan así la noción misma de inclusión, bajo los términos de
una inclusión
competitiva, pero no la desechan. Y como sucedía en los gobiernos
anteriores, bloquea toda crítica a los modos en que esa integración se articula
(motorizada por dinámicas financieras y extractivas). Tal vez en este punto la
gobernabilidad macrista encuentre un límite insuperable, pues su incapacidad
para imaginar estrategias de desarrollo al interior de nuevo orden global es
evidente. Lejos de la lluvia de inversiones, aferrado al salvavidas de plomo
del endeudamiento, y super-eficaces a la hora de asfixiar el mercado interno,
la pauperización de las mayorías parece número puesto.
Y sin embargo, la nueva derecha ha podido
apropiarse simbólicamente de banderas o significantes que tradicionalmente
pertenecieron a las izquierdas y el progresismo, en su diversas variantes
doctrinarias. No sólo se presenta como estandarte del futuro, con lo que eso
implica de fe en el progreso y la innovación contra los valores tradicionales y
el conservadurismo. También hizo suyo los valores de transparencia, contra las
mafias y “los políticos profesionales” que pretenden eternizarse. Trasmiten una
imagen del poder más horizontal y flexible respecto del caudillismo habitual. O
reivindican el valor de la incertidumbre y el riesgo, contra el posibilismo del
supuesto “círculo rojo”.
Obvio que hay muchísimo de marketing. No
vamos aquí a desmentir punto punto estas supuestas fortalezas. La pregunta que
tenemos que hacernos es por qué funciona. Y con qué conecta. La operación de
sinceramiento que propone el macrismo implica “blanquear” las prácticas
neoliberales que organizan nuestro cotidiano, más allá de las ideologías que
vociferemos. La generalización de la alternativa fracaso/éxito a través del
emprendedorismo, inocula por abajo los valores de la meritocracia que vuelven
anacrónicos formas paternalistas o redentoras de interpelar a los sectores
populares. El pack de expectativas de los CEOS está ahora disponible para todos
y todas, estemos en el lugar que estemos, hagamos la actividad que hagamos. Más
allá de lo que se diga, apuntan a lo que se hace. Por eso no importan los
lapsus incontenibles, ni los patrimonios en crecimiento meteórico. Porque
quizás lo que estén ofertando es una nueva modalidad de la representación
política, donde se redefine el carácter mismo de lo democrático.
La nueva República que asoma es un
territorio espinoso. Donde las instituciones ya no aspiran a superar las
fracturas que, por arriba y por abajo, vacían su legitimidad. Donde la
conflictividad social recrudece y motiva reacciones cada vez más clasistas,
sexistas y racistas. Va siendo hora de romper con el discreto encanto
neoliberal. A sabiendas de que no existe vuelta atrás.
[fuente: http://www.revistacrisis.com.ar/]