8M, una creación colectiva // Verónica Gago
La jornada del Paro Internacional de Mujeres del próximo
miércoles 8 de marzo se viene amasando, vociferando, debatiendo y, sobre todo,
construyendo en una serie de espacios múltiples. El paro del 19 de octubre
pasado instaló la discusión sobre un nuevo sentido de esta herramienta: ya no
sólo para uso exclusivo de los sindicatos, sino capaz de ser reconfigurada,
reconceptualizada y reutilizada por realidades de vida y trabajo que escapan a
los límites gremiales. ¿Qué significa hacer del paro una medida apta para las
trabajadoras informales y cooperativistas? ¿Cómo logran parar quienes se
dedican a las tareas domésticas y de cuidado que parecen no tener pausa
posible? ¿Cómo los sindicatos se sienten a la vez desafiados y revitalizados
por esta interpelación del movimiento de mujeres? ¿Por qué el paro es una
medida que tiene que ver con repudiar la explotación de nuestro tiempo en sus
variadas formas? ¿Cómo el paro deviene una modalidad de politización de las
precariedades?
En la preparación de este 8 de marzo esas mismas
preguntas han tenido más días para concretarse en conversaciones, controversias
y asambleas. Asambleas en los sindicatos y en las comisiones internas, en los
barrios, en las fábricas y oficinas, en los centros de salud y en los
movimientos sociales. Es en ese espacio de muchas donde las palabras no pueden
despegarse del cuerpo. Donde poner la voz es gesticular, respirar, transpirar y
sentir que las palabras resbalan y se traban en el cuerpo de las otras. Contra
la idea de que un paro se organiza sólo de modo virtual o por convocatoria de
redes, la trama de la asamblea, de su reiteración obstinada y en distintas
escalas, vuelve a poner en escena lo trabajoso del cuerpo a cuerpo, del desacuerdo
permanente, del mapeo a viva voz de las experiencias divergentes y las
disidencias concretas e irreductibles. El modo del compartir un espacio, de escuchar
pacientemente las intervenciones y, finalmente, de sostener esa tensión que es
pensante sin ser necesariamente productora de consensos, evidencia que la
heterogeneidad no es sólo una cuestión discursiva. Estar reunidas en asamblea
como un modo laborioso de estar con otras nos quita de una relación pasiva o
cínica con la crueldad que las violencias machistas machacan de modo tal que pretenden
hacerse paisaje cotidiano. Nos desplaza también del modo victimista de padecer
los ajustes que precarizan nuestras existencias. La asamblea teje tiempo entre
un acontecimiento callejero y otro. Lo dijimos el 19 de octubre y ahora
nuevamente: ampliando y redefiniendo la herramienta del paro estamos enlazando
la violencia femicida con su trama económica y política. Esto vuelve al paro
una herramienta revulsiva y no de negociación. Y nos pone alertas también
contra usos “ligth” o despolitizados del paro, que intentan vaciar su sentido
político y convertir al movimiento de mujeres en una bandera multiuso pero
inofensiva. Ya lo intentan con la torsión punitivista frente a los femicidios.
Ahora vemos la torsión que quiere diluir el paro como herramienta concreta, de
bloqueo, contestación y desafío.
Es justamente en la fuerza del paro como modalidad de
lucha que atraviesa lo laboral, lo político, lo vital y lo económico donde se construye
un nuevo modo de conexión internacional que impulsa un feminismo masivo, de
calle, capaz de vincular luchas territoriales, reclamos precisos y deseos de
una vida nueva, que se inventa al borde de duelo y del abismo alegre de
descubrir una fuerza común.
#NosotrasParamos
“En los distintos lugares de trabajo que conozco y
transito –fábricas, escuelas y universidades- se está discutiendo el paro y en
los espacios de articulación de fábricas recuperadas también. Nosotrxs
participamos en la movilización de la CGT del 7 y paramos el 8. Estuvimos
hablando de todo esto en estas semanas y es un tema muy fuerte lograr que los
sindicatos llamen a paro, no a otras cosas lavadas”, señala Gisela Bustos,
abogada de la Cooperativa metalúrgica 19 de diciembre e integrante
del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).
¿Hasta qué punto el mundo sindical está dispuesto a dar
espacio a esta resignificación del paro? Lo interesante es el modo en que el
paro ha puesto en ebullición interna a muchos sindicatos.
Varias asistentes a las asambleas que se vienen
realizando en la Mutual Sentimiento –y de donde salió la exigencia de
pronunciamiento a las centrales– no dudan en señalar un mismo punto: para las
que ingresaron a la tarea sindical en los últimos tiempos, no hay contradicción
entre la militancia gremial y la militancia del movimiento de mujeres. Más bien
se viven como una experiencia de confluencia.
“A lo largo de estos años participamos de los Encuentros
Nacionales de Mujeres y la acción pedagógica de esos encuentros tanto en términos
individuales como para la organización han sido muy potentes. Hoy en ATE, por
ejemplo, las juntas internas tienen delegadas de género. Esto nunca había
pasado, es un nuevo momento. Desde esta realidad que se ha hecho cotidiana pasa
que las trabajadoras jóvenes hoy son parte del movimiento de mujeres. Hoy
nosotras creemos que desde el feminismo podemos formar una corriente de opinión
dentro de las organizaciones sindicales, en clave transversal, convocante para
distintos gremios. El hito de que las centrales se junten a debatir sobre esto,
como viene sucediendo estas semanas, es inédito e histórico”, sostiene Clarisa
Gambera, Secretaria de Acción Social de CTA-Capital y parte del equipo de
género de ATE Nacional.
Desde el punto de vista de las altas dirigencias, la
situación es más complicada: se ha escuchado en reuniones decir en fuerte tono
de voz que la legitimidad para convocar al paro solo es de los sindicatos. La
legitimidad así expresada se parece a un alambrado. No es un tema menor: de su
efectiva convocatoria depende garantizar las condiciones efectivas para que
miles de trabajadoras puedan parar sin sentir que ponen en riesgo sus puestos
de trabajo.
Matías Cremonte, presidente de la Asociación de Abogadxs
Laboralistas, que convoca y adhiere al paro, señala: “Lxs trabajadorxs tenemos
derecho al paro por la Constitución Nacional, por lo cual no es necesario que
sea convocada por un sindicato. Obviamente se trata de un derecho que se ejerce
colectivamente, pero los y las trabajadoras somos los titulares de ese derecho,
y no es una potestad exclusiva de las asociaciones sindicales decretar un paro.
Sin embargo, el año pasado la Corte Suprema de Justicia de la Nación
interpretó, en un fallo regresivo, que los titulares del derecho de huelga son
los sindicatos (tanto los que tienen personería gremial como los denominados
"simplemente inscriptos"). Por supuesto que cualquier represalia
que pueda tomar un empleador o empleadora contra una trabajadora por ejercer su
derecho de huelga debe ser considerado una grave discriminación en los términos
de la ley 23.592, y existen herramientas legales para defenderse. Pero es muy
importante, para evitar eventuales controversias, que los sindicatos y/o las
centrales sindicales adhieran o convoquen a la huelga”.
“Para mí los sindicatos son la organización de los
trabajadores y las trabajadores y sin dudas muchas de nosotras captamos el
sentido de estos paros que van más allá de su definición gremial porque cuando
el paro lo anunciamos las mujeres estamos nombrando muchas cosas. Este 8M serán
muchas las trabajadoras sindicalizadas que se sientan movilizadas y tocadas por
este llamamiento. Pero para las dirigencias sindicales de las centrales se les
abren varios interrogantes y discusiones que aun no han podido saldarse y eso
dificulta hacerse eco de la consigna, más allá de que movilicen por primera vez
en unidad todas las centrales, lo cual es en sí un hecho histórico importantísimo
a destacar”, argumenta Natalia Fontana, secretaria de prensa del Sindicato de
Aeronavegantes, que viene participando sistemáticamente en las asambleas. Hay
que resaltar que hay gremios que sin venir desarrollando un trabajo de género
se sintieron interpelados por el llamamiento. Así pasó por ejemplo con el
Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros: un sindicato clave ya que fue el
año pasado el que después de 25 días de huelga rompió el techo salarial y
conquistó un aumento del 36%. Hoy
adhieren al paro desde la Federación de Trabajadores del Complejo
Industrial Oleaginoso, Desmotadores de Algodón y Afines de la República
Argentina, diciendo que “no se pueden cambiar los problemas de género sin
cambiar los problemas de clase, así como tampoco se pueden cambiar los
problemas de clase sin cambiar los problemas de género”.
Asamblea
a cielo abierto
El último miércoles de febrero hubo una asamblea que
tomó el obelisco: eran las trabajadoras de la economía popular. La
Confederación de Trabajadorxs de la Economía Popular (CTEP) empezó a articular
un espacio de género después del paro del 19 de octubre, cuando por primera vez
marcharon juntas todas las mujeres de las distintas organizaciones que componen
esta herramienta gremial en formación. “Tengo la mirada más alta”, dijo una integrante
de Mujeres en Lucha, migrante boliviana y vecina de Villa Lugano, que asiste desde
hace algunos meses a las reuniones de género. La asamblea, al medio del rayo
del sol, se sentía como un espacio de elaboración política de lo que ya viene
sucediendo: es por eso que pone en juego otras posibilidades expresivas. El documento
leído fue trabajado con tiempo y enhebraba algunos párrafos del llamamiento del
Colectivo Ni Una Menos con frases que surgen de reuniones y talleres. Hablando
del paro, dijeron: “Es esta protesta para nosotras un aviso de incendio, porque
en este momento tan difícil para nuestro pueblo somos las mujeres las primeras
que perdemos el laburo, porque nos cuesta llevar el pan de cada cena. Nos
cuesta reproducir la vida”.
En la asamblea había muchas mujeres que habían
participado de distintos movimientos de desocupados en la época del 2001. Pero
aún más impactante fue la presencia de una nueva generación: las hijas de las
piqueteras. Jóvenes que tenían 5 o 7 años cuando sus madres estaban en las
asambleas de desocupadxs y ahora están en los movimientos vinculados a la
economía popular y que, en los hechos, trazan un linaje con aquellas luchas. A
diferencia de aquel ciclo de organización, donde el protagonismo femenino fue
fuertísimo, emerge ahora una politización que se reconoce explícitamente
feminista.
“Para muchas de nosotras es complicado parar”, dice
Jackie, referente de las cartoneras del MTE, organización al interior de la
CTEP. “Si dejamos de laburar un día, no morfamos. Entonces, esto no es una
debilidad nuestra, tiene que ser algo que el paro logra incluir y que lo haga
más rico. Nosotras vamos a parar”, argumenta. Este es un punto central que
plantean las economías populares como exigencia de ampliación de las imágenes
mismas que disponemos del paro: ¿cómo se logra dar cuenta de esta multiplicidad
de realidades que son la clave de un mapeo del mundo del trabajo en clave
feminista? ¿Cómo el paro es una herramienta que asume la precariedad como
condición común?
El
paro como clave de análisis regional
El paro se fue construyendo en muchas lenguas y dando
espacio a muchos reclamos. Desde Paraguay, el llamado al Paro toma para muchas
mujeres el significado de la protesta contra el envenenamiento de las
comunidades por agrotóxicos. En Colombia, hay un debate intenso sobre el papel
que jugó la campaña que agitó la “amenaza del género” a favor del triunfo del
“no” a los acuerdos de paz. En Honduras y Guatemala, la organización de la
medida se afirma fuerte en el reclamo por los femicidios territoriales contra
líderes comunitarias. En Brasil, los reclamos subrayan la avanzada de las
iglesias contra las luchas por las
autonomías del cuerpo. El paro entonces, desborda e integra la cuestión
laboral. No la deja de lado pero al mismo tiempo la redefine y la actualiza. La
multiplica sin diluir su densidad histórica.
Este 8M las movilizaciones también van a ir más allá de
las demandas puntuales porque la puesta en común de los cuerpos en la calle
permite parar para darnos tiempo a imaginar cómo queremos vivir. Se trata de un
rechazo concreto y contundente a los despojos múltiples y a las nuevas formas
de explotación con que el capital avanza sobre nuestras vidas. Y también abre
una discusión sobre las formas en que pensamos la provisión de cuidados,
recursos comunes e infraestructuras para la reproducción de la vida. El
movimiento feminista de masas es una respuesta a los modos filantrópicos y
paternalistas con los que se quiere subsanar la precariedad, imponiendo formas
conservadoras y reaccionarias de subjetivación aceitadas por el miedo.
Se trata de una elaboración paciente y difícil. Pero las
asambleas que reactivan la cotidianeidad de muchas organizaciones (sindicales,
políticas, educativas, culturales, etc.) están produciendo nuevas imágenes de
soberanía popular. Intermitentes y frágiles pero persistentes y capaces de
producir nuevas formas de poder. Sobre todo ponen en práctica algo que hoy se
pregunta la alta filosofía: ¿qué significa actuar juntxs cuando las condiciones
para hacerlo están devastadas?