Las venas abiertas de Vistalegre II // Pablo Carmona
El próximo viernes 11 de febrero se cierra
el plazo para que todas las personas inscritas en Podemos voten a los distintos
equipos presentados. En medio, la campaña electoral se ha convertido en una
lucha en el barro protagonizada por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, con la
asistencia de miles de personas atónitas que intentan entrever el fondo
político de estas luchas de poder. En principio no debería sorprendernos que
Podemos, máquina de guerra electoral construida en torno a figuras de enorme
poder mediático y articulada de un modo tan piramidal, tenga que resolver sus
cuitas a mamporros en la cumbre. Nadie puede negar ya, que todo el diseño del
partido, sus estructuras jerárquicas y su modelo de hiperliderazgos conducen a
un guion como el de Los Inmortales:
sólo puede quedar uno.
Por desgracia, Vistalegre II no va más
allá del guion de esta película. Se trata de una encrucijada donde se
debe resolver a un mismo tiempo la “finalísima” entre los dos grandes líderes
supervivientes y también la construcción de un nuevo modelo
organizativo-político. La paradoja está en que al mismo tiempo que hay que
salvar la organización, para lo que se debería distribuir el poder, hay que
dejar intacto el corazón de la maquinara bélica que debe tutelar todo el
proceso. Sólo manejando esta aporía se puede entender como en el momento de
mayores intenciones aperturistas se produce la más encarnizada lucha por el
poder.
Podemos como movimiento popular
Si repasamos los documentos políticos
presentados para esta segunda asamblea ciudadana vemos los detalles del momento
peculiar en el que nos encontramos. Comenzamos por el documento titulado Desplegar
las velas. Un Podemos para Gobernar del equipo de Iñigo Errejón,
Rita Maestre, Clara Serra y otros compañeros y compañeras, donde se define –a
su criterio– lo que debería ser el nuevo Podemos. Según el texto se trata de
armar “una organización democrática y popular, distribuida, territorializada,
feminizada, compleja y capacitada para gobernar nuestro país” para lo cual nos
adentraríamos –siempre según esta propuesta–, en una fase en la que el foco se
debe poner en “construir pueblo” y “comunidad popular”. El objetivo es algo así
como levantar “una sociedad dentro de una sociedad”, creando todo tipo de
engranajes sociales, incluidas asociaciones deportivas “especialmente
futbolísticas” (sic.) y todo ello desarrollando una labor “paciente y
cuidadosa” para federar las aspiraciones y las demandas existentes.
Menos adornado pero en la misma línea va
el documento presentado por Pablo Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique,
entre otras muchas personas. En su ponencia titulada Plan
2020. Ganar al PP, gobernar España, construir derechos se propone
un Podemos que “forme parte de un gran movimiento popular y ciudadano que
avance posiciones” de cara al nuevo ciclo 2019-2020. Para ello se aventura
incluso la necesidad de construir una organización con 100.000 militantes y un
millón de inscritos.
Como se puede ver, lo que hay que hacer
–según ambos documentos– es subir la apuesta en términos de construcción de
“movimientos populares” y de oposición política. Toca un Podemos a pie de
calle. Y lo más importante en ambos documentos, Vistalegre I queda atrás, la
máquina de guerra electoral ahora no conviene, hay que enterrarla hasta nueva
orden.
El resultado de la argucia lingüística
“ahora toca esto” y “antes tocaba lo otro” es que ambas candidaturas se amparan
en un nuevo paradigma político movimentista, de superación de las listas
plancha, de diversidad, municipalista y de profundización democrática, justo lo
que fue expulsado a patadas de Vistalegre I. De hecho, todos los mecanismos
discursivos y organizativos que operaron en aquel momento, capitaneados por el
tandem Íñigo-Pablo fueron dirigidos a construir aquella máquina de guerra
electoral que sólo podía existir borrando todo lo que sonase a diversidad,
apertura, movimientos o democratización de la estructura. Por aquel entonces,
todo el esfuerzo se concentraba en un momento excepcional que requería poderes
excepcionales (sic.)
Por esta razón resulta tan poco creíble el
análisis de fases explicitado en ambos documentos. Porque tras él se esconde la
necesidad desentenderse de las consecuencias que trajo aparejadas aquella
prueba de fuerza del aparato electoral-plebiscitario contra los ecosistemas vivos
de movimiento. Tanto uno como otro, saben que aquella demostración de fuerza
aplastante les ha pasado factura en aquellos lugares –los de mayor actividad y
viveza política, incluso en los propios círculos–, que ahora resultan tan
necesarios, precisamente cuando ha quedado claro que no se va a llegar al
gobierno en dos zancadas y toca movilizarse como oposición.
Interpretaciones de fase
También se debe analizar la explicación
que se ofrece en ambos documentos de lo que ha sucedido en los dos últimos años
de evolución de Podemos. Lo que para los equipos de Pablo Iglesias e Iñigo
Errejón es una evolución lineal: primero vino una fase de expansión hacia el
poder y luego un momento donde se imponen nuevas necesidades es, por decirlo
educadamente, algo más compleja.
Ambos documentos toman la dimensión
plurinacional, la diversidad territorial y el municipalismo como fuentes de
inspiración para trabajar a futuro. Sin menospreciar estas ideas, que son
básicas en el crecimiento de cualquier iniciativa política a nivel estatal,
debemos corroborar también, que su desarrollo se produjo en demasiadas
ocasiones “a pesar” del diseño original hecho por el núcleo fundador de
Podemos, un exceso de tacticismo comparable al que se ahora pretende con esta
nueva fase aperturista de Podemos.
De hecho, las diversas vías abiertas en
territorios como Asturias o Andalucía, pero sobre todo en Cataluña o Galicia
son, en cierto modo, el efecto directo de querer explorar otros modelos de
construcción de herramientas electorales en el mismo espacio-tiempo que el
Podemos original, en el mismo ciclo electoral. Ya en aquellos momentos, eran
muchos los que consideraban la necesidad de pensar algo que fuera más allá del
modelo Vistalegre.
Esta necesidad se hizo aún más evidente en
las apuestas municipalistas. En casi todas las grandes capitales y en no pocas
ciudades pequeñas, el modelo de construcción municipalista se desbordó hacia
cauces mucho más democráticos, e incluso movimentistas. Esto se logró gracias a
que en esas candidaturas participaron actores independientes que prefirieron la
radicalización y profundización democrática antes que la maquinaria de asalto
que también en aquel caso –aunque con menor fuerza–, quiso imponer Podemos en
muchas candidaturas.
Por eso, la nueva fase de apertura no se
ha producido por decreto, fruto de un nuevo análisis de coyuntura derivado de
los resultados electorales y de la llegada de Rajoy, sino que es el resultado
de un lento pero eficaz desborde del modelo Vitalegre I. Se trata de un nuevo
sentido común que ha calado en los sectores más activos de Podemos y que obliga
a sus máximos dirigentes a sumergirse en él y a la vez a pelear por
capitanearlo. De nuevo, difícil dilema.
¿Hacia dónde va Vistalegre II?
Tras esto, quizás el documento político
que mejor resuelve estas paradojas es el titulado Por
un Podemos en Movimiento de
la candidatura que se articula en torno a Anticapitalistas. Este documento
–lejos de decretar un cambio de fase–, aborda con claridad el futuro de la
organización apelando a su trayectoria más reciente. De un lado reivindica la
necesidad de construirse en torno a un discurso de ruptura, similar al que tuvo
Podemos en sus fases iniciales, y por otro invita a hacerse cargo de las
consecuencias que tuvo Vistalegre I. Se trata de un documento elaborado a
partir de la autocrítica y no pasando página sin más, o caminando de puntillas
por lo sucedido en los últimos dos años.
De acuerdo con esta propuesta, Podemos, a
pesar de seguir teniendo una posición medular, ya no es el único artefacto político
novedoso sobre la tierra. En su mismo campo, han crecido multitud de
iniciativas que lo atraviesan tanto a nivel interno como a nivel externo, donde
sin duda, las múltiples candidaturas municipalistas vuelven a ser el mejor
ejemplo. Todo ello, implica reconocer y apoyarse en esta proliferación de
vías que nacieron con la idea de superar la herencia de Vistalegre I y –tal y
como se define en el documento– la peligrosa subjetividad de poder que se
generó en sus miembros y en torno a ese modelo de organización.
Al hacerse cargo de esta peligrosa
herencia, la propuesta de En Movimiento aplica nuevos focos en su análisis. De
un lado, es la propuesta que más amplía el campo analítico y su contexto. Es la
que mejor ubica el problema europeo y de la crisis financiera para aterrizar en
las formas sociales del capitalismo español. Es la única que rechaza que
Podemos se presente en un fin en sí mismo, como parece entenderse de los demás.
Y es la única que la considera como una herramienta que trata de federarse y coaligarse
con otros para enfrentar un nuevo contexto.
Si del documento Recuperar
la Ilusión (Íñigo
Errejón) se desprende cierto afán de conquista capilar de la sociedad y del
documento Plan 2020 (Pablo Iglesias) una alianza demasiado
clásica entre movimientos e institución, el documento de Podemos en Movimiento
es el único que explora con cierta complejidad una estrategia de contrapoderes,
esto es, de construcciones políticas que basan la democratización en un
conjunto de fuerzas que componen un sistema de contrapesos. Es cierto que en el
documento de Pablo Iglesias aparece como una verdadera novedad la idea de
contrapoder, tanto como movimiento, como en su idea de contrapeso interno, pero
también es cierto que es un contrapoder que no cumple más función que la de
cooperar con la labor institucional.
El documento de Podemos en Movimiento
acierta al apostar con mayor grado de audacia no sólo en la autoorganización y
la independencia del afuera institucional, algo repetido en los otros
documentos, sino que además contempla las dimensiones de movimiento que escapan
al ámbito de lo instituido. Toca el fondo de la cuestión al pensar los
movimientos no en función de la necesidad de la estrategia institucional, sino
como una función autónoma y capaz de construir nueva institucionalidad, de
pensar el autogobierno.
Vistalegre II se afronta en un momento que
a la vez es de impasse en Podemos y de desborde de su método original. Por eso
es urgente generar nuevas iniciativas que vayan más allá de la herramienta
Podemos. El documento Podemos en Movimiento apuesta por un nuevo sentido común
en torno al cual se pueda federar una nueva pléyade de apuestas políticas y el
propio Podemos se entienda como una federación de diversas sensibilidades.
Incluso Pablo Iglesias ha titulado a su documento organizativo con el lema
zapatista Mandar obedeciendo, aunque por ahora Vistalegre II siga más el guión
de ver quien manda que de a quién obedecer. Si Podemos es generoso y sabe
coaligarse y federarse, tomando lo mejor del método municipalista que se impuso
en 2015, tendremos una nueva oportunidad. Quizás para eso se deba asumir con
toda su complejidad otro lema zapatista. Los de la selva Lacandona decían,
precisamente en su momento de máximo esplendor, capacidad y potencia, que el
objetivo del Ejército Zapatista era desaparecer. Sería muy sano que también en
Podemos se adoptara este lema, aunque sólo fuese como un ejercicio de ironía o
una simple declaración de intenciones.
[fuente: http://blogs.publico.es/]