Macri es la cultura // Diego Sztulwark
-Se
decía que iban a bajar los cuadros de Néstor en la Rosada.
-¿Nosotros?
¡No! ¡Si no nos importan los cuadros!
-Hay
uno de Chávez en un lugar central. ¿Ése lo van a bajar?
-No
tiene importancia. Me interesa más Balcarce que el cuadro de Chávez. Es mucho
más profundo.
Entrevista
a Durán Barba, 23 -1-2016, diario La Nación
No hay ni habrá política cultural, porque Macri es la cultura hoy.
Inútil evaluar, como se hace en los diarios, el
“primer mes de la gestión” del nuevo gobierno, en este caso, supongamos, del
área que dirige (el CEO) Pablo Avelluto. Allí no habrá política cultural sino
gerencia más marketing. Intolerancia amigable. La cultura no es Avelluto, es
Macri.
No hay ni habrá política cultural porque la
política que vemos desplegarse ya no trabaja a nivel de la cultura, sino que es
trabajada por ella. La política, pobrecita, ha quedado desnuda, patética,
reducida a pura gestión público-mediática, incapaz de percibir creación alguna
por fuera de la restricción a un espacio delimitado por los actores de la más
previsible de las gobernanzas postneoliberales (lo de “post”, entiéndase bien,
es una frágil concesión a quienes, como nosotros, aún recuerdan 2001. El
neoliberalismo que se viene cocinando en la Argentina –y no solo– es uno que
presta más atención al problema de la producción interactiva entre orden y
“legitimidad”. Ahí radica, macrista, la comprensión de lo “cultural”).
El kirchnerismo hizo de lo cultural una batalla.
¿Hay balance de ese deseo de politización? ¿Scioli fue ya la derrota o una
táctica de encubrimiento? Al menos en Gramsci el problema de la hegemonía no
era separable de una reforma intelectual y moral. Es la ventaja de pensar a
partir del modelo de la guerra, más riguroso que el de las ciencias sociales.
Ni Coscia en su momento ni Avelluto ahora son la cultura. El asunto desborda
secretarías y ministerios. Incluso a los más célebres intelectuales.
Nada menos frívolo, más serio y más grave que
partir del hecho de que la cultura es lo banal. La llamada crítica fue
derrotada, o realizada, y hasta nuevo aviso subsiste como gesto lateral, apenas
tolerado. Lo banal en cambio da respuestas concretas a problemas urticantes. Lo
banal no es lo superficial, ni lo efímero, ni lo que se resuelve a nivel de las
modas y el consumo. Sino lo permanente y estructural, lo que hace posible esta
superficialidad, lo que hace posible que este reino de la moda y del consumo
roten. No es lo fluido y el cambio incesante, sino aquello que gobierna los
flujos y permanece en la lógica de las mutaciones. No es lo mismo.
Macri es la cultura: fútbol, televisión, empresa, Policía
Metropolitana, Awada, celebridad, voluntariado, transparencia y negocio textil;
Rabino Bergman; “equipo” (como señaló hace poco Horacio González), onda Pro,
beca en el exterior y Balcarce. Todos sus rostros (cada rostro una terminal de
poderes globales) transmiten la misma transparencia abrumadora: una
proliferante pluralidad al servicio de una asfixiante lógica del orden. Una
sinceridad que exhibe y ríe ante aquello que –suponíamos– debiera encubrir
(esta es la novedad). Estrategia, domesticación y auto-ironía, como dice Duran Barba.
Un orden de mercado es un juego de domesticaciones.
No basta con pronunciar esa palabra –“mercado”– con tono irónico para hacerse
el vivo y creerse a salvo cuando estos mercados vehiculizan lo cultural más
penetrante, lo que arma congruencia entre individuo y orden social. Esa
potencia de orden (sigue siendo de orden por más que sea de “innovación”)
trabaja por sucesivas resonancias totalizantes. En todos los planos de la
existencia –y esto viene de lejos– las cosas tienden a ordenarse a partir de
una misma consonancia. Ese eje consonante es el peligro, lo fascista. Lo que
alinea normalidad y represión (no es solo Salas-Cresta Roja. Son todos estos
años en los barrios). Lo que habría que saber quebrar. Lo que enhebra desde la
gestión de la salud a la industria del alimento. Pasando por el lenguaje y los
consumos culturales. Por la bancarización y la digitalización. Y hasta por la
mediatización del erotismo.
Lo banal no es la generalización de lo aparente, lo
pasajero, lo snob. Sino el hecho de que toda afirmación cultural actual, desde
el modo de hacer ciudad a la forma de pensar en cómo tratar a los pibes,
obedezca a incuestionables protocolos estéticos y de seguridad. Y de
felicidad. Lo banal es el modo de regular modos de
vida según afirmaciones en resonancia con un profundo deseo de orden en todas
las clases. Es la racionalidad convergente de una
máquina que subsume toda práctica (de la cultura urbana de vanguardia a los
consumos de sectores intelectuales-militantes, de las terapias a los
movimientos populares) en un mismo bazar.
Y no alcanza con insistir en que bajo estos hechos
de cultura se esconde la barbarie. Ya somos bárbaros cuando somos parte de esta
cultura. Bárbaros domesticados, tal como Macri es un “perro amaestrado”, según
caracteriza –de nuevo– Durán Barba. Macri es la cultura, la derrota o la
consumación –vaya uno a saber– de todo aquello que aspiró en algún momento a la
crítica. O mejor: de todo aquello que la crítica durante estos años se negó a
pensar. Es la obediencia más consensuada al modo en que los laboratorios y
centros de diseño del mercando mundial conciben los modos de hacer, las
experiencias de satisfacción y los modelos de lo deseable. Si se la sabe
fragmentar adecuadamente, no hay segmento de la crítica que no pueda ornamentar
un último diseño: discurso o producto.
Que esto resulte inaceptable para todxs aquellos
que trabajan a nivel de lazo social (pedagogía, terapias, militancias,
comunicadores, toda la amplia red de labores que crean modos de vivir) es lo
que puede despertar un movimiento. Macri es lo vencedor en la cultura. Lo banal
mismo nos desafía o nos aplasta.