No fue magia

Martín Rodríguez y Tomas Borovinsky


No fue magia: las elecciones de 2013 dieron las pistas de cómo serían las del 2015, fueron el borrador de esta elección, pero al oficialismo le faltó “análisis político” (y cuando te falta análisis te sobra voluntarismo). A las manifestaciones de 2012 se les dijo de todo: que eran las clases altas, que armen un partido y ganen. Eran demandas insatisfechas desorganizadas que luego se organizaron y ganaron las elecciones. Pero costó tres citas electorales consagrar esta nueva mayoría. Nadie empezó el 2015 como lo terminó. Hubo que cambiar discursos, esconder economistas, ocultar intenciones, mandar a los intensos ideológicos al sótano de los penitentes. Las dos fuerzas en disputa negaron tres veces un recetario de ajuste puro y duro. Eso que podríamos llamar sociedad se mostró selectiva en octubre cortando y cruzando votos. Intendentes, gobernadores, presidente: la “gente” armó su propia boleta. Dijimos: se subestimó a la sociedad y se sobreestimó al Estado.

II.

No fue magia. El FPV tuvo que sensibilizarse frente a un cuadro más espeso que el de las crispaciones de la política televisada (Intratables, PPT, 678): apareció la sociedad. ¿Qué es esto? Se quebraron las frases fundidas de la docta populista y silvestre (“en la PBA no se corta boleta, la clase media vota contra sí misma”). ¿Qué pasó en la provincia de Buenos Aires? ¿Por qué ese acto de fe de repetir que en la PBA no se cortaba boleta? ¿Querían decir que los pobres no cortan boleta, que no “eligen”, que son animales del voto? Aníbal Fernández encarnó estos años el personaje de una clase de políticos creyentes de un “cuanto peor mejor” de Palacio, un estilo provocador previsible basado en su repentismo, eterno jugador de local siempre, cuyo territorio excluyente es la comunicación. “Tenemos menos pobres que Alemania”, dijo quien se proponía gobernar el conurbano. Aníbal Fernández fue el peronista favorito de los kirchneristas no peronistas (junto a Guillermo Moreno), cuya derrota se la anotan a Jorge Lanata (con el cuento de la Morsa) porque para el análisis semiótico vetusto nada puede dejar de pasar por la televisión. Aníbal fue el peor candidato de una provincia mal gobernada. El kirchnerismo creyó en la mitología del peronismo imbatible, se confió a su “política narrada” con cita en los logros del modelo, y se peleó con una realidad efectiva: el Mínimo no Imponible, el dólar, la inflación, a cuyos ojos sólo reflejarían la angurria desagradecida de las viejas clases medias (un capítulo más en la eterna lucha de clases medias). Y entonces, por debajo, irrumpió lo social, desencadenado en un balbuceo y una ristra de votos que dan cuenta del temor a realidades como la atomización del Estado en bandas de recaudación y transgresión, la sofisticación del delito como poder territorial, el aumento del costo de vida, el deterioro de las prestaciones públicas, la ausencia de estadísticas sociales como erosión de la voz estatal, el transporte, las cloacas, la corrupción.

III.

No fue magia: el cristinismo (etapa inferior del kirchnerismo) llevó el peronismo a una derrota porque sólo se concibió contra él.  El cristinismo fue una hipótesis de conflicto interno, la tercera presidencia carnívora, el corolario de un deseo que tuvo Néstor por un rato (romper el PJ), pero llevado a cabo por un elenco guionado por la presidenta que resultó autodestructivo. Macri leyó el 2013. Si el gobierno se aferró a una clave (somos primera minoría y hegemonizamos porque la oposición está fragmentada), el macrismo se recostó en las reglas de juego de un modo paciente: en vez de precipitar una alianza con Massa, dejó “en manos de la sociedad” la decisión (le ganó a Massa en octubre). La sociedad aguantó la polarización hasta que el sistema político se lo impuso con el balotaje. Había una sola profecía sciolista: ganar en primera vuelta. Esta era una elección para el mejor segundo.

IV.

No fue magia: digamos que entre 2011 y 2015 el FPV hizo todo mal. Y en la campaña hizo todo peor: una presidenta que no nombra en discursos electorales a su candidato, un ministro de economía que trata de “forro” al político al que le tienen que extraer los votos, un votante desgarrado que azuza el existencialismo electoral, un jefe de gabinete desbocado que busca culpables ajenos por su paliza, un “actor militante” que acusa de judíos que votan nazis a los pobres a los que les quiere pedir el voto, un ¿filósofo? de profecías sexistas contra la gobernadora electa de la provincia de Buenos Aires, una militante que en medio de Florencio Varela les grita “¡que fueron pobres!” a los ciudadanos que cree ascendidos. Todo eso menor, pero amplificado hasta el hartazgo. Scioli se abrazó a las anclas que les dio CFK con la intención de flotar (La Cámpora + Zannini) y además como dijo en su momento el teórico político Martín Plot: “Scioli no se dio cuenta que le ganó a CFK al ser el único candidato sin interna”. Le ganó a CFK –al costo, una vez más, de aceptar un armado ajeno– e inició un proceso de “cristinización” que de algún modo traicionaba los viejos modales que lo caracterizaron. Así, el FPV fue un hospital de día de sangrados por la herida narcisista. “¡Votanos hijo de puta!” fue su conclusión despechada. Extraña concepción del otro la de la patria es el otro. La pulsión del consumidor de poder en esa furia anti votante: todos los derechos y ninguna obligación a la hora de producirlo.

V.

No fue magia: Cambiemos forjó la tormenta perfecta. Una campaña invertida a la del FPV, y un armado propio y creíble sin eludir alianzas (UCR, Carrió, etc.). De Macri se dijo (dijimos) que no podía liderar y que necesitaba del peronismo y que el radicalismo desaparecería después de hundirse con esta alianza supuestamente disolvente. Y al final no necesitó al PJ y le dio nueva vida a la UCR (no hacía falta entregarle la PBA a Massa y podía ganar con una fórmula “porteña”). Macri se quedó con la ciudad, la provincia y la nación. Toda la macrocefalia argentina junta. Hace días, Alejandro Fantino entrevistó a Cristian Ritondo (el peronista a cielo abierto del planeta amarillo) y le señaló que se encaminaban a controlar los tres bancos públicos más importantes del país (Nación, Provincia, Ciudad, le dijo Fantino). Ritondo con esa voz “como un Duna a gas” (tal como la registró Lucio Ferreira) le respondió: “y el Central”. El 2015 nos enfrenta a una ironía pedagógica de la historia: un proyecto “liberal” con mayoría propia desaloja al “populismo”, es decir, a quienes tienen supuestamente la patente del uso de la palabra pueblo. El pueblo votó alternancia por una diferencia pequeña pero letal. Con un solo voto de diferencia sos presidente y nunca pero nunca en democracia (ese fue el error del maldito 54%) te dan un cheque en blanco. Somos un país de gauchos jacobinos con el facón bajo el poncho (y pura espuma).

V.

No fue magia pero el pueblo eligió alternancia y al peronismo le toca renovarse para sobrevivir. La poca diferencia entre Macri y Scioli deja un peronismo con dos, tres, muchos referentes: Massa, Urtubey, De la Sota, Randazzo, Moyano, ¿Scioli?, y Cristina. El sciolismo muere por tres puntos antes de nacer. La alternancia fuerza la renovación. El partido de Estado que invocó como único sujeto a la juventud cumplió su etapa. En su hoja de ruta y de ilusión debe aspirar a recuperar mayoría electoral. Las disputas por el centro (el merodeo “atrapa-todo”) de la política se combinan con la construcción de bases más sólidas: ¿puede recuperar el peronismo su base de trabajadores y capas medias ascendidas, un discurso laborista moderno? ¿El voto del PRO no está formado también por trabajadores hartos del MNI y clases medias o cómo lograron la “mitad más uno”? El proceso electoral mostró un último FPV de pobres y progres, de destinos atados al devenir estatal. A Macri le toca inventar relatos de Estado hermanados con la realidad y gobernar una sociedad de olla a presión. En este marco el escenario político queda en cierto sentido más equilibrado. Un parlamento repartido que obliga a sentarse a negociar: la oposición al kirchnerismo concentrada en el poder y el peronismo disperso arrojado a la oposición. Kirchnerismo y macrismo: las dos identidades nacidas durante esta larga década, los hijos de la crisis de 2001, se suceden. Se miraron durante una década en espejo. Se regaron. Los dos conmovieron juventudes de las capas medias y tallaron doce años de política vivida. Reconstruyeron el sistema político con liderazgo, más allá o más acá del “sistema de partidos”. Treparon a la cima del Estado uno después que el otro. Uno condujo el último proyecto del siglo XX que es el kirchnerismo. El otro conduce el primer partido del siglo XXI que es el PRO. Entraron por la ventana a las tradiciones partidarias. El kirchnerismo fue el eje de las discusiones de la sociedad durante doce años. Se va. Se está yendo. Habló Scioli y reconoció la derrota, habló Macri y se adjudicó el triunfo. Dos discursos más normales que la realidad. No fue magia: fue la política.