Por una democracia salvaje y constituyente
por Toni Negri
y Raúl Sánchez Cedillo
Dicen los
compañeros que han dado vida a Podemos: hemos conseguido salir positivamente de
los límites de la horizontalidad del movimiento, tan rica como infructuosa. Lo
hemos conseguido con un gesto político de autoconstitución, de organización y
representación. Hemos tenido la inteligencia de comprender que el espacio entre
las elecciones municipales y las generales, entre mayo y finales de año, era el
único que podía permitir “romper el candado del 78” —en periodo electoral el
adversario se ve obligado a dispersarse en el territorio; las garantías
constitucionales funcionan mejor que en otras condiciones y por ende son
posibles zonas de ruptura del régimen actual, profundamente desacreditado y
dividido—. Además, a finales de 2015 el frente capitalista tal vez esté en
condiciones de emplearse en la preparación de su ataque, reorganizándose
después de haber respondido, y eventualmente demolido, ferozmente, nuestra
resistencia. De esta suerte, la ventana histórica de oportunidad volvería a
cerrarse por mucho, demasiado tiempo.
Todo esto lo
admitimos. Los compañeros de Podemos son los únicos que en Europa se han
atrevido en serio a dar ese paso y construir un eje vertical a partir de un
movimiento de una potencia y una novedad inauditas, organizando de tal suerte,
sin demagogia ni subterfugios, un camino de salida del “democratismo de base”
—finalmente impotente ante lo que exigen los tiempos, en la contemplación de su
horizontalidad—. Solo el barón de Münchhausen se jactaba de haber conseguido
salir por sí solo del fango tirándose de la coleta y hasta de llegar a volar…
Podemos lo ha conseguido.
Sin embargo,
para seguir ganando no sólo es necesario pensar en el adversario, en cómo
derrotarle, desarticulándole y llevándole a perder todo peso político y
constitucional. Hay que estar seguros de que lo que se hace en esa dirección se
haga a la misma escala mayoritaria y radicalmente democrática con la que nació.
En ese proceso no puede haber angosturas, ni espaciales ni temporales. Un solo
ejemplo: el Partido Comunista Italiano, al que tan a menudo se remiten los
teóricos de Podemos, perdió toda su fuerza a la par que su cabellera y fue
capturado por el enemigo cuando olvidó esa máxima: aquella angostura se llamaba
“autonomía de lo político”.
La angostura
no tarda en convertirse en un nudo corredizo que atrapa a todo aquel que meta
el dedo –o el cuello—. A este respecto, la crítica politológica del partido
político, elaborada desde hace más de un siglo, resulta meridianamente clara:
no solo sobre los límites de la burocratización de la estructura-partido (sobre
los cuales insistían aquellos teóricos, denunciando, como hombres de derecha
que eran, la fuerza naciente de los partidos obreros), sino sobre todo acerca e
las características del poder de mando, de la dirección, del liderazgo, de lo
“carismático” que la autonomía de lo político determina. Era un análisis de
tendencia correcto así como una amenaza —una más entre otras mil, pero
particularmente atinada— que se sumaba a la lucha de aquellos politólogos
contra los partidos del proletariado.
Hasta aquí
permanecemos en los límites que hemos llamado “espaciales”. Luego están los
“temporales”, vinculados a la “autonomía de lo político”. No nos contamos desde
luego entre quienes niegan la posibilidad de utilizar de la mejor manera los
tiempos de la crisis, ya sean electorales o sociales; ni entre quienes niegan
la necesidad de golpear en el punto débil de la cadena del poder de mando,
sobre todo si puede hacerse en el momento en el que las fuerzas de la protesta
social de los ciudadanos son más fuertes. Pero cuidado: el gobierno es difícil
de ejercer. No es algo que uno pueda hacer solo. Con mayor motivo en los
regímenes actuales de gobernanza, donde la continuidad de la acción no solo
debe mantenerse durante un ciclo temporal largo, sino que está constituida por
una serie de actos puntuales. Se trata de la capacidad del adversario (derecha
nacional popular y/o “PPSOE”, proyectos nacionalistas del capital catalán,
troika europea y global, etc.) de trocear el contraataque de manera
indefinida. Frente a ese adversario, en
esta dimensión temporal, “estar dentro” de los movimientos es esencial para la
acción de un gobierno conquistado por Podemos.
Los
compañeros bolivianos lo entendieron perfectamente cuando consiguieron que
convivieran durante una larga temporada gobierno y asamblea constituyente. Fue
un follón –pero derrochó fuerza y vitalidad.
El problema
del gobierno “en el tiempo” no es solo su eficacia, sino sobre todo la
irreversibilidad de sus conquistas. Quien coquetea con la “autonomía de lo
político” termina pensando que el desarrollo de la democracia de base es
secundario. En ocasiones puede llegar a imaginar formas de poder de mando
cargadas de una eficacia exclusivamente carismática: trágicamente, es lo que sucede
de vez en cuando. Pero no es nuestro caso: estamos obrando para salir
definitivamente de los dilemas weberianos del poder de mando burgués, que hasta
ahora tan solo han legitimado soluciones autoritarias de los conflictos
sociales que las luchas habían llevado a la altura de lo político.
No obstante,
volvamos al problema central que abordamos aquí: de la horizontalidad a la
verticalidad; de la agitación y la resistencia de movimiento al gobierno.
Podemos pide a todos las y los compañeros que razonen partiendo de este nivel.
¿Un nivel de gobierno central? Tal vez. ¿El nivel del gobierno central? Esto se
presenta más cercano y posible. ¿Pero acaso no es cierto que solo si se
encamina la acción de todos los ciudadanos hacia una poderosa renovación del
gobierno de las ciudades, solo en ese caso, se puede dar el ejemplo cercano,
palpable, de un proyecto constituyente eficaz? Pensamos que sí. Porque la
ciudad y el municipio, la vida ciudadana y sus formas de encuentro pueden
plasmar figuras sólidas de administración y de iniciativa constituyente. Las
acampadas en las metrópolis, las ciudades e incluso los pequeños pueblos han
sido una forma de encuentro constituyente, que han demostrado que en lo
sucesivo los modos de vida metropolitanos son modos políticos y productivos en
términos generales. Haciendo que interaccionen democracia y (re)producción de
la ciudad tenemos la posibilidad de articular lo político, es decir, de unir la
voluntad de ganar y la capacidad de decisión a un tejido amplio, plural y
activo de presencias militantes y de producción de programas de transformación.
Lo político se juega en el interior de todo esto. Allí se hace de carne y hueso
el problema foucaultiano del “cómo queremos ser gobernados”.
Y por encima
de todo a partir de ahí, de las administraciones metropolitanas y municipales,
se da la posibilidad de construir el gobierno en el plano estatal, piedra sobre
piedra. En un régimen biopolítico —a saber, en el que poder de mando, vida,
producción, afectos y comunicación se entrelazan y se confunden como en un
laberinto—, los saltos son difíciles cuando no imposibles –en la vieja política
también se daban así las cosas, y cuando había saltos, a veces heroicos, casi
siempre había que retroceder, cubriendo de instituciones artificiosas un terreno
atravesado apresuradamente.
Verticalizar
la horizontalidad no solo significa conquistar capacidades de decisión general,
de gobierno, de gestión de una “guerra de movimientos”, sino también y sobre
todo haberse elevado a una visión más amplia desde arriba: y ahí es cuando se
comprende que la guerra de movimientos no compensa si las posiciones
conquistadas, los frentes defendidos no se mantienen, consolidándose y
desarrollándose gradualmente.
El gobierno
debe garantizar el poder de las organizaciones ciudadanas –así se decía no hace
tanto tiempo en América Latina, mientras el movimiento progresista era ganador–
porque solo en tal caso el gobierno central está a salvo de vuelcos repentinos
y/o organizados. ¿Por quién? Podemos responder: ya no solo por el adversario
que conocemos, por las fuerzas reaccionarias a las que nos enfrentamos, sino
por una jerarquía mucho más fuerte, que a través de Europa se remonta hasta las
cúspides del gobierno del capital financiero.
No cabe
escatimar el reconocimiento de que no se tiene miedo y de que a esas fuerzas se
les puede ganar. Pero hay que cuidarse de no tentar al diablo que aún puede
surgir de la profundidad del enfrentamiento. Nuestra fuerza sigue siendo las
acampadas, los municipios, las mareas, los movimientos –dicho de otra manera,
lo que el 15M ha hecho posible y practicable—. A veces nos da la impresión de
que para los promotores de Podemos “el poder” es una dimensión aparte. No es
cierto: es un incremento de la capacidad de actuar, es una perspectiva de acción
sobre y en las relaciones políticas, pero el “Poder” y lo “Político” no
existen. No hay sino grados distintos y múltiples de contrapoder. Pero casi
todos los dirigentes de Podemos reiteran, dentro y fuera de la organización, el
mismo lema: “primero tomas el poder, y luego aplicas tu programa”.
La “autonomía
de lo político” puede volverse una teoría perniciosa si, sobrevalorando la
institución y la eficacia del poder estatal, niega la génesis y la legitimidad
materiales del fundamento de lo político. La representación que separa a los
representantes de los representados, la “voluntad general” (se llame “pueblo” o
”unidad popular”) que crea un fundamento místico e inapelable de los
representantes no es lo que le interesa a los movimientos, no. Lo importante
pasa por (re)crear un flujo de movimiento político, un sistema abierto de
gobernanza desde abajo que mantenga unidos –mediante el debate constituyente
constante y una continua extensión de ese debate a los ciudadanos– movimiento y
gobierno. Es posible construir ese puente, ese conjunto –si todos se rinden a
la necesidad que se llama “ser mayoría”. Este es el empoderamiento decisivo.
(Fuente:
http://blogs.publico.es/)