Venezuela: La razón comunera
por Marco Teruggi
(…) sabemos/ perfectamente qué
tendríamos /
que hacer para dañar/el presente, para romperlo/
Aquí nadie/tiene derecho a distraerse/
a estar asustado, a rozar/la indignación,
a exclamar su sorpresa.
Francisco Urondo
que hacer para dañar/el presente, para romperlo/
Aquí nadie/tiene derecho a distraerse/
a estar asustado, a rozar/la indignación,
a exclamar su sorpresa.
Francisco Urondo
Es una época que aprieta en Venezuela. No es difícil darse cuenta, hay
que escuchar las conversaciones en las colas para hacer las compras, en los
asientos vecinos en el autobús o en la oficina. Un descontento presente,
latente. Una época que aprieta, no asfixia, pero aprieta.
Más
de un año de guerra económica agudizada –inflación, desabastecimiento rotativo,
espera para demasiadas cosas del día a día-, ha generado parte de un cansancio
esperado, provocado, trabajado de manera organizada: la estrategia del
desgaste.
Pero
un cansancio también consecuencia de errores propios, de la falta muchas veces
de respuestas pasado más de un año. Ante los ataques, la realidad de un modelo
económico frágil –caudaloso pero frágil. Y la ineficiencia, tal vez la palabra
que mejor sintetice el asunto, particularmente visible en la esfera estatal.
Ejemplos
sobran: desde los casos de subproducción en las fábricas nacionalizadas –que
agudizan la incapacidad de avanzar en mayores niveles de soberanía alimentaria,
nacional- hasta realidades crudas como Ciudad Caribia, donde algunas empresas
se encuentran paradas desde hace más de un año por razones solucionables,
demasiado solucionables.
Ejemplos,
mínimos pero muchas veces generalizables, que hablan de la
dificultad/incapacidad arrastrada de transformar el modelo económico a ser
transformado, valga la redundancia, como indica la introducción al Plan de la Patria.
La
ineficiencia entonces, abrazada a la razón burocrática: nadie tiene la culpa,
no existen apellidos sino papeles, memos, ausencia de respuestas, “no se
puede”, volver a presentar los memos. Para millones de personas ese es el
contacto con la esfera estatal.
Y si
el socialismo es en parte una batalla de ideas, esa realidad representa un
golpe permanente, estratégico en esa disputa, que en Venezuela aparece de manera
clara en el proyecto bolivariano: socialismo vs. capitalismo.
Una
guerra económica agudizada por incapacidades propias. Y las críticas, las
demandas: lo que debería hacer el Gobierno y no hace; lo que debería producir y
no produce; a quien debería encarcelar y no encarcela y etc. Válido, como toda
crítica en un proceso de transformación masivo, aunque.
¿Errores
de la conducción de la revolución? Varios, para algún@s muchos. Y asentados
sobre una lógica comunicacional muchas veces desgastada, que produce escepticismo
y no convence –los mismos voceros hablando varias veces por día en televisión,
el exceso de lógica propagandística donde el Gobierno muestra logros y el
pueblo felicidad.
Pero
ninguna de esas limitaciones es nueva. Son tendencias que ya existían. Ninguno
de los hombres fuertes que están cuestionados aparecieron en el escenario
político luego del 5 de marzo del 2013. La estructura económica no hizo
evidente su incapacidad desde el año pasado, así como tampoco las diferentes
visiones al respecto dentro del Gobierno.
Los
elementos cuestionables, a ser transformados con urgencia, han venido siendo
parte del proceso revolucionario desde hace varios años. Son parte de la
revolución bolivariana, la parte a ser cambiada, la batalla dentro de la
batalla, los peligros internos, los traidores camuflados, los que vestidos de
rojo prefieren un acuerdo con los sectores privados, los intereses del partido
o su alcaldía antes que cualquier proceso de empoderamiento popular. Eso no es
nuevo. Pero aprieta, claro.
***
Preguntas para hacerse hay muchas: ¿por qué tan elevados niveles de incapacidad productiva?, ¿por qué la esfera estatal solidifica su proceso de burocratización e ineficiencia, mejor dicho, por qué no pudo revertirse eso?
Lo
cierto es que en el Estado existe un sector mayoritario –excesivamente
mayoritario- de trabajadores que no cuenta con formación política, no está
organizado, no participa políticamente. Y alimenta así la razón burocrática, el
deseo consumista –cobrar la quincena, cambiar el teléfono. Y sobre ellos una
capa dirigencial, cómoda en el seno del Estado, de la renta petrolera.
Muchas
más cosas son ciertas. Pero ante el interrogante de ¿qué hacer? suele reinar
más el silencio o el “debería”: el Gobierno debería esto, aquello y demás. El
otro. El Estado que se sabe no hace revoluciones pero se le exige como si
debiera, acaso puede generar condiciones, leyes, acompañar, incentivar, etc.
Y tal
vez se pueda suponer que Hugo Chávez sabía de los cuellos de botella, de las
urgencias que apretaban y se agudizaron. Por eso el Plan de la Patria. Y seguramente
también por eso sintetizó la dirección del camino: comuna o nada. Porque por
ahí se puede. Porque se avanza o se estanca o se retrocede, o de manera
combinada, que es lo que parece estar sucediendo, entre la primera y la
segunda.
Y la
construcción de las comunas es hoy un avance abierto, una potencialidad que se
va desplegando sobre el territorio nacional. Porque en las comunas reside una
cantidad de posibilidades: ser un nuevo Estado, una nueva política, una nueva
economía. Es decir, una reorganización de la vida de las personas, en
colectivo, de forma democrática y participativa: la nueva sociedad socialista.
Recorrerlas
–las hay rurales, urbanas, indígenas, de pescadores- es adentrarse en el universo
de un pueblo que decidió avanzar, que sabe los obstáculos arriba mencionados,
que padece –tal vez como pocos- la ineficiencia estatal o la confrontación
contra la burocracia, pero que decidió empujar. La crítica con propuesta, desde
una construcción de masas, presionando el avance, generándolo.
Porque
si el Estado no hace revoluciones, también es cierto que más abrirá el campo
del empoderamiento popular en cuanto más movilización exista, más presión,
demanda organizada puesta en movimiento. Y esa dinámica parece estar hoy
estancada en Venezuela –tal vez cierto reflujo- para muchos de los sectores
populares. Y ahí, contrariamente, los comuneros y comuneras vienen dando pasos
de avance.
La
razón comunera entonces: de tener razón, por hacer lo que hay que hacer, y
desde las claves de autogobierno y autogestión. Desde la voluntad de poner a
producir campos y ciudades, de ser Gobierno. Para eso basta recorrer, sentarse
y escuchar.
Pero
la razón comunera también como opuesta a la razón burocrática: la construcción
comunal como la posibilidad de romper con la lógica burocrática, ineficiente.
Es la puesta en marcha de una democracia directa –cruzada con una
representativa-, de la responsabilidad, de la resolución colectiva para
objetivos colectivos. Es el trabajo voluntario, el deseo de la trasparencia, la
priorización de los intereses colectivos por sobre los individuales, de la
ética revolucionaria. Es, puede ser, significa que ya está sucediendo en muchos
lugares.
***
La crítica es válida, necesaria, aunque. Tal vez una de las mayores enseñanzas de Hugo Chávez fue que la política se construye desde y con el pueblo, y para él, claro. Que no hay propuesta que se sostenga sin él.
Las
comunas se están desplegando, numérica y cualitativamente. Han empujado para
conformar el Consejo Presidencial para las Comunas, para ser reconocidas como
espacios de autogobierno con el cual el Gobierno Nacional debe dialogar, debe
trazar estrategias. Seguramente esto suceda con algunos espacios estatales. Con
otros no: las comunas no son la apuesta de todo el chavismo.
Y en
eso también los comuneros y comuneras saben de realidad que aprieta:
municipios, expresiones locales del Psuv, direcciones regionales de
ministerios. Todo poder que crece se encuentra ante otro. Y ese otro puede intentar
frenar o correrse, hasta promover en algunos casos.
¿Críticas
a las comunas?, las hay. Existen algunas que por inexperiencia, falta de
formación política o de maduración, no han logrado poner en marcha sus espacios
de autogobierno –como el Parlamento Comunal, el espacio de contraloría, etc; o
en las que una misma persona es vocera de los diferentes órganos, y entonces el
poder se concentra y el proyecto comienza a perderse. Eso no es un secreto. Es
muchas veces un debate entre los mismos comuneros y comuneras.
¿Limitaciones?,
también. La escala todavía reducida de su producción –agrícola en particular-,
las dificultades para poner a funcionar un sistema de economía comunal
encadenado –todas las partes de la cadena productiva- y entre varias comunas; o
la dependencia económica todavía grande, demasiado, del Estado.
Pero
no se trata de señalar para demostrar el posible fracaso. Todo proceso
revolucionario es un posible fracaso. Se trata de ser comunero/a, de hacer el
ejercicio –menos cómodo que criticar desde una computadora y rendirle cuentas a
la noche- de señalar transformando, haciendo lo que hay que hacer.
Se
trata de dejar de exigir mayor empoderamiento y generarlo bajo la forma de
comuna, movimiento popular, comité campesino, etc., de dejar de lamentarse por
una lógica comunicacional e impulsar otras, nuevas; de dejar de pedir desde la
denuncia solitaria de la “verdad”. La burocracia, la ineficiencia, la
corrupción, no caerán por peso propio.
¿Son la solución para mañana?, probablemente no.
Así como tampoco lo sea el anuncio de Nicolás Maduro de realizar una revisión a
fondo del Estado. Ni