“Plomo fundido” sobre la conciencia judía
por León Rozitchner
“Si
nosotros nos revelamos incapaces de alcanzar una cohabitación y acuerdos con
los árabes, entonces no habremos aprendido estrictamente nada durante nuestros
dos mil años de sufrimientos y mereceremos todo lo que llegue a sucedernos.”
Albert
Einstein, carta a Weismann, 1929.
¿Recuerdan
cuando hace dos mil años los judíos palestinos, nuestros antepasados en Massada
sitiada, enfrentaron las legiones del Imperio romano y se suicidaron en masa
para no rendirse? ¿Recuerdan la rebelión popular y nacional de nuestros
macabeos contra la invasión romana, cuando murieron decenas de miles de judíos
y se acabó la resistencia judía en Palestina y nos dispersamos otra vez por el
mundo? ¿No piensan que esa misma dignidad extrema que nuestros antepasados
tuvieron, de la que quizá ya no seamos dignos, es la que lleva a la resistencia
de los palestinos que ocupan en el presente el lugar que antes, hace casi dos
mil años, ocupamos nosotros como judíos? ¿No se inscribe en cambio esta masacre
cometida por el Estado de Israel en la estela de la “solución final” occidental
y cristiana de la cuestión judía? ¿Han perdido la memoria los judíos israelíes?
No: sucede que se han convertido en neoliberales y se han cristianizado como
sus perseguidores europeos, que, luego de exterminarlos, empujaron a los que quedaron
vivos para que se fueran a vivir a Palestina con el terror del exterminio a
cuestas.
El
meollo de la actual tragedia está en la Shoá. Si la memoria de su pasado define el
sentido histórico que marcó el “destino” del pueblo judío, donde se van hilando
las cuentas de nuestro derrotero, y si el acto final en el que culmina ese
destino convoca a los judíos israelíes a aniquilar la resistencia de otros
pueblos inocentes, algo del sentido histórico ha desaparecido de la memoria de
los israelíes. ¿Puede ser invocada la
Shoá sin ser infieles a los desaparecidos, cuando al mismo
tiempo el sentido completo de ese acontecimiento monstruoso ha quedado
oscurecido? ¿Cómo podríamos “hacer memoria” si la construimos con los únicos
recuerdos de nuestro pasado que los culpables europeos del genocidio nos
autorizan? Es cierto: si los israelíes recuerdan todo, pierden a sus aliados.
Porque la memoria de la Shoá
que llevó al retorno a una tierra perdida hace mucho tiempo tendría que volver
a ser pensada.
Lo
primero a recordar: nuestros perseguidores históricos no fueron ni son los
palestinos. Nuestros perseguidores estaban y siguen estando en las naciones de
cultura europea que nos expulsaron y masacraron, y sin embargo son ellos los
que siguen marcando el destino de todos nosotros, sobre todo de los judíos
israelíes. ¿Será por eso que se busca olvidar a los verdaderos culpables de la Shoá ? Los israelíes ya no se
preguntan por el pasado bimilenario judío. Nunca los judíos, salvo excepciones,
acusan del exterminio judío a la religión cristiana y a la economía capitalista
que produjeron necesariamente la
Shoá , como la conclusión de un silogismo que se venía
desarrollando en Europa cristiana desde su mismo origen, como si el nazismo
hubiera sido sólo un accidente sin antecedente en la historia europea y todo
comenzara con Hitler. ¿No será que luego de la Shoá ustedes, los descendientes de los judíos
europeos asimilados, se aliaron luego con los exterminadores en un pacto oscuro
que el terror dictaba, y volvieron ahora todos, de cierta manera, a ser
judeo–cristianos? Porque seamos honestos: el Tercer Reich se ha prolongado en
el 4º Reich del Imperio norteamericano. Es claro: prefieren no saberlo porque
el Estado de Israel está –nosotros los judíos latinoamericanos sí lo sabemos– al
servicio del poder cristiano–imperial de los EE.UU. ¿O van a creerse que los
EE.UU. y Europa combatieron al nazismo para salvar a los judíos? ¿Por qué ahora
habrían de seguir persiguiéndolos si mantienen lo que tienen de judíos
congelado sólo en lo arcaico religioso? Pero ¿no les dice nada pasar a ocupar
ahora el lugar impiadoso, como brazo armado de los poderosos capitalistas
cristianos, contra una población civil asediada y asesinada por osar defenderse
contra la expropiación ilimitada de un territorio que debía ser compartido?
Recordemos.
Karl Schmitt, filósofo católico del nazismo, había puesto de relieve lo que la
hipocresía democrática ocultaba: la categorías políticas son todas ellas
categorías teológicas. Es decir: la política occidental (democrática y
capitalista) tiene su fundamento en la teología cristiana. Es notable: Schmitt
coincide con lo que Marx joven decía en Sobre la cuestión judía: el fundamento
cristiano del Estado germano se prolonga como premisa también en el Estado
democrático.
Y
si la política occidental al desnudarse muestra su fundamento teológico oculto,
sin el cual no hubiera habido capitalismo, entonces toda política de Estado
capitalista era antijudía, porque ése era el escollo que el cristianismo había
encontrado para consolidarse como religión universal. No contra los judíos
cristianizados que, como ustedes en Israel, apoyan esa política, es cierto.
Ustedes tienen de cristianos, sin saberlo, lo que ocultan en su propia memoria
al ocultar que la Shoá
como “solución final” fue un exterminio teológico (cristiano) político europeo.
Schmitt la tenía clara. Lo que el sutil filósofo alemán católico necesitaba
activar, en momentos de peligro extremo para el cristianismo y el capitalismo
frente a la amenaza de la
Revolución Rusa y las rebeliones socialistas, era el
fundamento cristiano escondido en la política: el odio visceral y alucinado
religioso antijudío para que en Europa reverdeciera con toda intensidad el
fundamento grabado durante siglos en el imaginario popular cristiano. Y con ese
vigor arcaico reverdecido pudieran enfrentar la amenaza revolucionaria del
judeo–marxismo.
Por
eso, frente a la apariencia liberal de la política democrática como una
relación “amigo-amigo”, el fundamento de la política nazi extremaba las
categorías de “amigo–enemigo” que Schmitt vuelve a poner de relieve en el
“estado de excepción” como la verdad oculta de la democracia: el único enemigo
histórico cuando entra en crisis el fundamento social europeo son nuevamente
los judíos. En 1933, frente a la amenaza del socialismo tildado quizá con
cierta razón de judío, resurgía para muchos europeos todo su pasado y
encontraban en los judíos el fundamento más profundo de lo más temido para su
concepción cristiana: las premisas judías de un materialismo consagrado, no
meramente físico cartesiano como la economía capitalista requería. Por eso
Schmitt vuelve a desnudar las categorías fundantes adormecidas que la teología
católica mantenía vivas: volvía al fundamento religioso de la política
cristiana del Estado democrático para enfrentar el peligro del “comunismo ateo
y judío”.
Sucede
que en ese momento los judíos laicos formaban parte de la creatividad moderna
que en Europa alimentó el pensamiento político y científico: eran rebeldes
todavía, no como tantos de ahora, y por eso Marx de joven pensaba que los
judíos, una vez superada su etapa religiosa y se hicieran laicos prolongando la
esencia judía más allá de lo religioso, podrían pasar a formar parte activa de
la liberación humana.
Y
cuando al fin los europeos creían haber logrado en el siglo XIX la
universalización del cristiano–capitalismo que se expandía colonizando a sangre
y fuego el mundo, aparece otra vez el materialismo judaico como premisa del
socialismo, que no es físicamente metafísico sino que parte de la Naturaleza como
fundamento de la vida del espíritu humano. Tiemblan entonces en Europa los
fundamentos cristianos de la política y de la economía: un nuevo fantasma la
recorre y se manifiesta en una teoría judía revolucionaria. De lo cual resulta
que en momentos de crisis Hitler sólo representó, en términos estrictamente
religiosos, culturales y políticos, el temor de toda la cultura occidental ante
los comunistas y los judíos como los máximos enemigos de ambos, ahora
renovados: del capitalismo y del cristianismo. El racismo de los nazis –esa
“teozoología política”– no es más que el espiritualismo cristiano secularizado
que el Estado nazi consagró laicamente en las pulsiones de los cuerpos arios.
Una
vez aniquilados los millones de judíos –como luego fueron arrasando y
aniquilando con la misma consigna a millones de soviéticos “judeo-comunistas”–
el impacto aterrorizante de la “solución final” hizo que los judíos casi nunca,
salvo muy pocos, se atrevieran a señalar a los verdaderos culpables del
genocidio (como pasó entre nosotros con los genocidas). Con la derrota de los
nazis como únicos culpables –según cuenta la historia de los vencedores–
desapareció en Europa la historia de los pogromos y las persecuciones
cristianas medievales y modernas que nos aterraron durante siglos: la de los
franceses tanto como la de los italianos, los españoles, los polacos y los
rusos mismos. Sólo los nazis alemanes fueron antijudíos.
Los
judíos cristianizados por el terror del cristiano-capitalismo en Europa luego
de la Shoá buscaron
su “hogar” fuera de Europa: se instalaron en Palestina, como si el reloj de la
historia, ahora teológica, se hubiera detenido hacía dos mil años. No se dieron
cuenta de que la mayoría de los judíos que volvían a Israel no eran como
nuestros antepasados que se habían ido: los descendientes de los defensores de
Massada o de los macabeos. Buber, Gershon Scholem y tantos otros sí lo
recordaban. Nadie quería que nos volviera a pasar otra vez lo mismo, es cierto;
pero en vez de enfrentar y denunciar a los verdaderos culpables del genocidio
–que ahora nos apoyaban para que nos fuéramos para siempre de Europa y
termináramos nosotros mismos la etapa final democrática de la “solución final”
judía que ellos comenzaron– los israelíes terminaron sometiendo a los palestinos
como los romanos, los europeos y los nazis lo hicieron antes con nosotros. Pero
primero tuvieron que vencer la resistencia de nuestros pioneros socialistas.
Los
israelíes, apoyados ahora por el Imperio cristiano–capitalista que los había
perseguido, crearon también en Israel un Estado teológico, pero la “parte”
secularizada dentro de ese Estado judío siguió siendo la del Estado cristiano.
Volvieron como judíos para culminar en Israel la cristianización comenzada en
Europa: mitad judíos eternos en lo religioso, mitad cristianos secularizados en
lo político y en lo económico. Por eso ahora en Israel el Estado mantiene la
economía neoliberal capitalista y cristiana sostenida por los religiosos judíos
sedentarios, detenidos en el tiempo arcaico de su rumiar imaginario. Y por el
otro lado los iraelíes son neoliberales en la política y en la economía y en la
ciencia “neutral”, cuyas premisas iluministas son cristianas. Mitad judíos en
el sentimiento, mitad cristianos en el pensamiento.
Y
por eso quieren que todos, también aquí y ahora, seamos como ellos:
judeo-cristianos como el rabino Bermann, avalado por el cardenal Bergoglio, o
judíos–laicos como Aguinis, neoliberal letrado avalado por el obispo Laguna. O
como los directivos de la AMIA ,
que tienen la potestad de determinar si soy o no judío. Si soy judío
“progresista” y no me secularicé como cristiano, entonces no soy judío, no
podré aspirar a ser enterrado en un cementerio comunitario porque me faltaría
la parte cristiana de mi ser judío. Pero judíos–judíos, esos que prolongan en
lo que hacen o piensan los valores culturales judíos, quedan al parecer muy
pocos, aunque sean muchos los que leen hebreo o reciten kaddish en la tumba de
sus padres. Todos están aureolados con la coronita del cristiano-capitalismo
que al fin los ha vencido por el terror cristiano luego de dos mil años de
resistencia empecinada: convertidos ahora al “judeo-cristianismo”.
Por
eso la creación del Hogar Judío en Palestina tiene un doble sentido: la
“solución final” europea tuvo éxito, logró su objetivo, el cristianismo europeo
se desembarazó de los judíos y muchos de los que se salvaron se fueron de
Europa casi agradecidos, sin querer recordar por qué se iban y quiénes los
habían exterminado. La Europa
cristiana y democrática se había sacado el milenario peso judío de encima. Pero
mis padres, que llegaron a las colonias judías de Entre Ríos, sí lo sabían.
Todos
los judíos estamos pagando esta inmerecida transacción, ese “olvido” del Estado
de Israel, al que seguramente se habrían negado los defensores del Ghetto de
Varsovia, que murieron, ellos sí, sabiendo quiénes eran los responsables
políticos, económicos y religiosos –estaban a la vista–- como los millones de
judíos europeos que murieron en los campos de exterminio. Los judíos que
vinieron luego, esos que estamos viendo, no quisieron ni pensar a fondo en los
culpables: se unieron a los poderosos y saludaron alborozados que el socialismo
stalinista antisemita se derrumbara arrastrando al olvido al mismo tiempo, como
si fuera lo mismo, la memoria de los pioneros judíos revolucionarios asesinados
por Stalin. Por eso sus sueños mesiánicos dependen ahora únicamente de los
cristianos y del capitalismo para poder realizarse. Sólo tenían que hacer una
cosa: permutar al enemigo verdadero por un enemigo falso.
Estamos
pagando muy cara esta conversión judía. Los israelíes, ya vencidos en lo más
entrañable que tenían de judíos históricos, se han transformado en la punta de
lanza del capitalismo cristiano que los armó hasta los dientes para enfrentar
el mayor y nuevo peligro que tiene el cristianismo: los mil millones de
musulmanes que pueblan el mundo. Pero ni los musulmanes ni los palestinos
fueron los culpables de la Shoá :
los culpables del genocidio son ahora sus amigos, que los mandan al frente.
Y
aquí cierra la ecuación política amigo-enemigo de Karl Schmitt. Antes, hasta la Segunda Guerra
Mundial, el fundamento teológico de la política era
“amigo/cristiano–enemigo/judío”. Ahora que los judíos vencidos se
cristianizaron como Estado teológico neoliberal la ecuación es otra:
“amigo/judeocristiano–enemigo/musulmán”. ¿Este es el lamentable destino que
Jehová nos reservaba a los judíos? Porque de lo que hacen ustedes en Israel
depende también el destino de todos nosotros.