Inmersión en el Silicon Valley: Ritornelo 1
Por Carolina
Di Palma
En el
avión apagamos los celulares porque Argentina no forma parte del acuerdo de
redes según explica el comandante y prendemos las pantallas de los asientos
delanteros. Tenemos cine de acción, comedia, aventura, thriller, actuales y world cinema, donde se incluyen
películas coreanas, japonesas y chinas. Conectamos los auriculares, bajamos la mesita, comemos comida vegetariana
y vemos Graviti en español. El movimiento del avión genera todo un
transmedia de la película.
A las 6
de la mañana llegamos a Houston. Se supone que es la escala. Sin embargo,
tenemos que cambiar de avión, retirar el equipaje, pasar por aduana de nuevo,
volver a despachar el equipaje y volver
a embarcar. Mientras recorremos el aeropuerto, vemos un collage digital
mal hecho con algo así como un gaucho a caballo, jineteando, una pareja
bailando flamenco, un trombón y un helicóptero que traslada una señora en una
camilla acompañada por un médico. Arriba un texto: “Bienvenidos a Houston”. Por
los altoparlantes se escucha que debemos respetar todas las normas de seguridad
y que cualquier “broma acerca de la seguridad podrá tener consecuencias”. El
silencio marca el estilo del lugar.
Cuando
llegamos a migraciones nos tenemos que desvestir: descalzos, sin cinturones,
sin camperas, todo en tachos de plástico va por las cintas hacia las cámaras.
Pasamos por un gran dispositivo donde nos hacen ubicar sobre unas pisadas
amarillas, “¡levanten las manos!”… y nos scanean. Del otro lado, una mujer nos
toca sin mirarnos. Nos dicen que nos calcemos, no hay lugar para sentarse,
todos haciendo equilibrio, a los hombres se les caen los pantalones sin
cinturón, un montón de policías demandan cosas distintas al mismo tiempo. Nos sacan la compu de la valija con guantes
turquesas de plástico y se la llevan. Pasa un tiempo y luego la devuelven pero
ya no la tocan. Nos confiscan el agua mineral Eco de los Andes. Nos preguntan si queremos ir para atrás, tomarla
y volver. Les decimos que no, que gracias, que la confisquen.
Tenemos
solo una hora de escala, llegamos a la cola de aduana y nos quedan 40 minutos
para subir al otro vuelo.
- ¿Ustesdes
son de United?, les preguntamos unas chicas
- Sí.
- ¿Saben
que en 40 minutos sale el otro vuelo?
- Sí.
- ¿Y qué
hacemos con la espera?
- No
podemos hacer nada, nosotros no controlamos esto, es migraciones.
- ¿Uds
se hacen cargo si perdemos el vuelo?
- Sí,
toman el siguiente.
Otra vez
fotos, otra vez huellas. Pasamos. Emprendemos el viaje dentro del aeropuerto
hacia la puerta C44.
Llegamos
5 minutos antes que cerrara el embarque. Otras tres chicas de United nos gritan
que llegamos tarde. Nos hacen subir pero sin el equipaje de mano. Subimos
igual. Apagamos todos al mismo tiempo los celulares, prendemos las pantallas de
los asientos delanteros, nos ponemos los auriculares, sacamos las tablets, las
compus y usamos todo al mismo tiempo. Volamos y llegamos. Se apaga todo
automáticamente, todos agarramos los celulares, miramos hacia abajo, pasamos el
dedo por la pantalla y levantamos la mirada.
En San
Francisco buscamos nuestras valijas y nos vamos. No pasamos por aduana, ni
migraciones, ni nada. Nadie nos pide nada. Buscamos los ascensores y comemos
algo en el bar del tercer piso. En las mesas aledañas un montón de obreros jóvenes,
con ojos celestes, anteojos y barba, del tipo de obrero constructor que salva
al mundo en la nueva peli de Lego, comen al lado nuestro. Enterito caqui o
azul, gorro de plástico y herramientas colgando del pecho y los bolsillos son
los que emparchan el hard. Nada que ver con poner hormigón.
Taxi a Cupertino.
Salimos de la ciudad de San Francisco, vamos por la autovía 101, pasamos por
San Mateo, Menlo Park, Sunnyvale, Montain View, Palo Alto, Santa Clara,
Universidad de Standorfd, Redwood City, Fremont, Saratoga. Lo mismo sería
decir, vamos por la autovía 101 y pasamos por Youtube, Google, Facebook, Yahoo,
Linkedin, Apple, Microsoft, Electronics arts, Oracle, McAfee, Mozilla, Hewlett
packard, Adobe Systema, Cisco System, Intel, Twitter, Netflix Inc, Sunmicrosystems, Sillicon Grafics. Habitamos
el Valle del Silicio. A simple vista es como estar en la panamericana. Todas
las casas tienen su garage igual al garaje donde Steve Jobs planificó el afano
y puso sus primeras oficinas de Apple. Llegamos a nuestra casa, ponemos un
código y entramos. En el hall de entrada, zapatos de hombre, zapatos de mujer
en el piso.
Es de
noche y ya nos enloquecimos con el cambio de horario. Vamos al super, Safeway.
Preguntamos el camino y nos preguntan si tenemos auto. Les decimos que no. Nos
preguntan entonces si tenemos GPS. Les decimos que no. Nos dibujan un plano con
birome. Queda a tres cuadras. Mientras caminamos, vemos que afuera de las
casas, además de los garajes de Steve Jobs, hay zapatos juntos a las puertas de
entrada.
Esperamos
un taxi para volver. Nos sentamos en el carrito de repositores del super a
esperar. Nadie toma taxi. Todos tienen auto. Entran y salen hindúes, indias,
chinas y chinos. Un papa hindú carga en el carrito del super a su niño hindú con buzo
azul con capucha y zapatillitas Nike verdes.
Aquí
comienza el viaje de inmersión al Valle del Silicio donde hizo rizoma la
revolución digital contemporánea. A mediados de los años 70, con fondos del
estado norteamericano, a través de la Universidad de Standford, para investigaciones
militares ligadas a las nuevas tecnologías, surgieron los primeros circuitos
integrados con semiconductores de silicio, las computadoras personales que
hicieron posibles a los millones de usuarios, las interfaces y softwares que
nos permitieron entrar en contacto con las máquinas, e internet, esa gran nube
virtual de soporte numérico en la que hemos entrado los seres humanos con
cuerpo de signos.