Como la vida misma: biocidio y reapropiación en el "#fiumeinpiena"
por
Giso Amendola y Francesco Festa
Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal,
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.
Cantando al sol,
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que superviviente
que vuelve de la guerra.
como la cigarra,
después de un año
bajo la tierra,
igual que superviviente
que vuelve de la guerra.
(María Elena Walsh, Como la cigarra, 1978)
1. De las
resistencias “menores” a una nueva inteligencia colectiva
Otras narraciones, menos imparciales y mas literarias, pintan las
tierras del Sur de Italia como canalizadas hacia una “fúnebre paz”, donde ni el
Estado, ni las leyes, sino solamente madejas de intereses político-criminales,
grumos de clientelas político-institucionales, imponen los tiempos de la
disciplina y de la explotación hacia el trabajo vivo. Sin embargo,
esporádicamente, estas tierras se sublevan, “queman el municipio, el cuartel de
los carabineros, matan a los señores,
y luego se van, resignadas, hacia las prisiones”. Así es, si os parece: jaquerie, arrebatos, episodios.
Historias menores, historias de muchas pequeñas insurgencias y nada más,
picores que dejan la piel marcada por trazas profundas y, mientras las trazas
permanecen, la memoria se archiva en folklore del carácter meridional, con un
ejercicio de contrapunto entre la naturaleza benévola, paradisíaca y los
habitantes endemoniados, biológicamente inferiores, que desean nada más que
“pan y circo”. Al contrario, la
Historia está amasada de otra manera, sigue otros registros,
la escriben hombres, machos y ilustrados, acompañados por periodistas con pluma
veloz, saltimbanquis listos y sutiles, en fin un conjunto de políticos e
intelectuales cristalizados en bloques de pensamientos, de partidos y
sindicados que, con diferentes matices pero siguiendo la misma tecnología de
gobierno, determinan el curso de los eventos.
Sin embargo, la que se está escribiendo es otra historia, de un tipo
completamente diferente. Una historia que habla de las poblaciones meridionales
a través de una condición de subalternidad que no es sufrida, sino más bien de
una subalternidad que, liberándose de las verdades indiscutibles de aquella
clase política y intelectual, se afirma a sí misma como potencia capaz de
escribir la historia. Una potencia en expansión que es también y sobre todo una
“potencia del actuar”, es decir, esfuerzo para esquivar la muerte, para
imaginar y encontrar lo que puede destruir las causas de la tristeza. El 16 de
noviembre de 2013 ha
sido la jornada en la que esta subalternidad se ha manifestado en toda su
potencia. Arrojando los clichés y las representaciones que inferiorizan, según
las cuales la devastación ambiental y la contaminación de los territorios son
el producto de conductas, estilos de vida, individualismo y ausencia de
civismo, un enjambre multitudinario de singularidades ha afirmado su
determinación a perseverar en su propia existencia, a salvaguardarse, y a
destruir todo lo que no es afín a la vida. #fiumeinpiena (río en crecida) ha
sido el motivo de la jornada. No solamente como hashtag, y menos todavía como
mera evocación o llamada a la calle. Pocos, realmente, imaginaban por dónde y
cómo se mueve un río en crecida. Y sin embargo metro por metro, aquel
#fiumeinpiena se ha materializado en cien mil – y quién sabe cuántos más –
mujeres y hombres que han devenido una “potencia en acción”, una inteligencia
colectiva: potencia de una “rabia digna”, para nada episódica, y lejana de
cualquier fogosidad folclórica.
La rabia de quienes saben los nombres, los hechos y las
responsabilidades y espetan estas verdades en la cara del poder. La indignación
de quienes saben que el Estado italiano, el capital industrial y la
criminalidad organizada participan de los mismos intereses. El hecho de que, a
posteriori, el #fiumeinpiena sea interpretado como el subrogado de Roberto
Saviano [autor de Gomorra, ndt] y Cia. o como la reacción a las noticias
clamorosas de algún pentito de
Camorra [arrepentidos, manera en que se les llamas a los colaboradores de
justicias, ndt] es un error siempre a punto de ocurrir. Hay que estar atentos:
los comités territoriales, las redes ambientales, los muchos riachuelos del
#fiumeinpiena, han manifestado, mucho antes que el escritor famoso, contra la
devastación ambiental, operada por parte del capital político-criminal, en
Campania y en el Mezzogiorno, cuando se les tildaba de “picores arcaicos” y
“inútiles”, incluso cuando se les acusaba de ser concausa cercana a la
criminalidad y facilitadora de la crisis ambiental, que era necesario curar de
manera inmediata con presidios militares.
De hecho, el #fiumeinpiena no ha nacido por casualidad. Como es obvio,
se ha apoyado en el lecho de los movimientos sociales y ambientales de Campania
y, sin embargo, ha sido el producto del agenciamiento de densas relaciones con
un telos común, capaz de juntar y
sintetizar a instancias y reivindicaciones de comités territoriales, de
asociaciones, de redes ambientales, de centros sociales, de sindicalismos de
base, de movimientos de parados, precarios, estudiantes, de parroquias y muchas
singularidades que han llevado a la calle el deseo de reapropiarse del derecho
natural a la vida.
2. El biocidio: la riqueza
de la vida en la época de la subsunción real
La evocación misma del biocidio
se mueve evidentemente en esta tensión, fotografiando este tendencial desbordar
de las luchas ambientales fuera de cualquiera impostación simplemente
defensiva. La explícita referencia a la dimensión del bios señala, seguramente de forma no del todo consciente pero
significativa, el pasaje en que se despliega este movimiento: las luchas por la
salud y el ambiente son ahora capaces de generalizarse con velocidad viral
porque cruzan directamente el plano de la vida puesta a trabajar y los
múltiples mecanismos – dispositivos – de
explotación y valorización de la vida en todas sus plurales y heterogéneas
dimensiones. No sorprende entonces que #fiumeinpiena pueda contener en su fluir
con facilidad las luchas para reapropiación directa de los servicios y los derechos:
fuerte es la participación, por ejemplo, de los movimientos por el derecho a la
vivienda y de casas ocupadas.
Referirse al biocidio rompe,
en el atravesamiento de estos campos complejos y no fácilmente reducibles a
unidad, cualquier dimensión ociosamente naturalística, que se revela en la
tradición como el agujero negro donde precipitan todas las batallas
territoriales y ambientales: difícil acabar allí, sin embargo, para un
movimiento que asume como único y general terreno de lucha la complejidad de la
vida en cuanto producción de riqueza y cooperación; y antes todavía en cuanto
producción de subjetividad. Estos movimientos “ambientales” del Sur tienen ya
una genealogía larga y compleja: bien recordamos lo difícil que fue contar y
lograr explicar la importancia, sobre todo en términos de subjetivación, de lo
que se empezó a mover años atrás en las luchas sobre los vertederos y el
procesamiento de la basura. El mainstream
quiso verlas como la expresión nada más que de egoísmos territoriales en el
estilo más NIMBY, y resultaba difícil escaparse de la representación, quizá
cómplice y simpática, de quienes miran las revueltas del subdesarrollo.
Y sin embargo, justamente en aquellas luchas el nexo entre salud /
vida puesta a trabajar / (bio)capitalismo empezaba a ser asumido de manera más
consciente, como acumulación de inteligencia y capacidad de conexión. Es desde
aquellas metamorfosis colectivas (mucho más que por los mensajes mediáticos que
seguramente han tenido consecuencias) que se ha desarrollado el núcleo más
fuerte y duradero de estos movimientos. Un núcleo que emerge ahora, después de
haber trabajado por largo tiempo en la cresta que ata la vida a la producción, la
salud a la acumulación capitalista, el territorio a la cooperación social, con
una fuerza que los observadores no llegan a entender fácilmente y que, aun
cuando pueden ver, no pueden hacer otra cosa que intentar neutralizar con el
uso de categorías reductivas y decididamente ambiguas, como la de la
“emergencia ambiental”: como si quisieran volver a empujar al bios a la dimensión “sectorial” que ya
las luchas han destruido desde hace tiempo.
Sin pasarnos en la exageración, podríamos decir que esta dimensión
compleja de la vida – vida que anuda salud, cooperación, deseo de reapropiarse
del territorio y de la decisión colectiva – dibuja un tipo de movimientos
propios del Sur, que están emergiendo como movimientos de resistencia y
reapropiación frente a una época en la cual la subsunción real se está
extendiendo y profundizando. Cuanto más se extiende la extracción del valor
sobre la vida entera, a través de heterogéneos y múltiples dispositivos, más
aprietan los movimientos el nudo entre vida, ambiente y cooperación social, y más
se presentan en las formas asumidas por un río en crecida. Formas siempre
heterogéneas pero puestas en conexión a través de la vida misma, percibida no
como nuda vida o como blanco pasivo (como quieren en el fondo los cantores de
la “emergencia ambiental” y los ejércitos que envían a nuestras tierras para
salvarnos), sino como vida llena de resistencia e invención que crece dentro de
las infinitas experiencias del mutualismo, de los experimentos del compartir,
de las experiencias de reapropiación que se cruzan dentro de estas luchas.
Así, no nos maravilla como este río pueda contener dentro de sí muchas
potencialidades que atraviesan directamente las luchas sobre los derechos
laborales, la precariedad y la cuestión de la renta básica: son movimientos que
se sitúan, como aquellos del 19 de octubre en Roma (manifestación nacional
convocada por el movimiento NOTAV, ndt),
en la intersección entre vida y trabajo, donde el conflicto típicamente
“laboral” se cruza continuamente con su “afuera” ambiental, social y se
encuentra desde su nacimiento con la más amplia cooperación social. Y esto nos
permite rescribir completamente la triste dialéctica “laborista” entre derecho
al trabajo y derecho al ambiente: nunca como en estas manifestaciones se ve
trazarse – seguramente aun en términos potenciales y con todos los riesgos de
volver a caer en la tradición a cada paso, y sin embargo con cierta claridad –
una reformulación general del derecho a vivir capaz de romper aquella dicotomía
y de empezar a marchar sin demasiadas dificultades hacia la reivindicación de
una renta básica incondicionada como remuneración de la riqueza productiva de
la vida misma y de la renta indirecta como reapropiación desde abajo de los
servicios y del welfare.
Sintetizando, sería apresurado y voluntarista decir que #fiumeinpiena
es un movimiento para un welfare del
común pero seguramente el plano donde éste se da, así como la
complejidad y la riqueza de la vida que lo animan como cooperación y producción
de subjetividad nos devuelven el lenguaje de un welfare desde abajo, de los usos y de la reapropiación, de la renta
básica y de la cooperación social, muy comprensible – y muchas veces
tranquilamente “hablado” – al interior de estos movimientos definidos con
banalidad como “ambientales”. Se está abriendo un campo en el cual trabajar
para producir nuevas conexiones inteligentes.
3. Los procesamientos: una
lucha sobre la reapropiación de la riqueza
Desde luego, si el #fiumeinpiena se orienta por la ruta de la
reivindicación/reapropiación de riqueza y decisión colectiva (en lugar de
conducirlo por el camino que pide e invoca la “intervención” salvífica
reabsorbiéndolo en los movimientos cívicos), hay un dato fundamental, que
emerge en la centralidad asumida por el tema de los procesamientos; y que los
observadores no logran ver. ¿Por qué los proyectos de procesamientos han
encendido el #fiumeinpiena y, antes aún, han movilizado los más combativos
entre los movimientos territoriales? Seguramente no porque se hayan reconocido
como movimientos de “limpieza” desde arriba, emergencial, y quizá acompañada
por la ocupación militar y algunos bien conocidos dispositivos de policía. Y
tampoco, como nos empuja a creer la interpretación “legalista”, muy querida por
los observadores más progresistas, y presente también en algunos sectores de
movimiento, porque los procesamientos hubieran sido la oportunidad para pedir
“control” y “transparencia”. No. Los lemas y muchas intervenciones (“¡sanearos
el cerebro!”) dicen otra cosa que no es una espera milagrosa del procesamiento.
Lo que hace del tema del procesamiento un asunto central es
sencillamente el hecho de que las grandes inversiones en este sentido ponen al
descubierto una gran disponibilidad de riqueza que la crisis misma produce, en
su intento de volver a poner en marcha la acumulación agarrotada. Estos
movimientos advierten con absoluta precisión que la crisis no comporta un
empobrecimiento generalizado, como en los sermones de los sacerdotes de la
austeridad, sino que produce flujos e ingentes movimientos de capital en busca de
valorización: y no excluye inversiones y producción de riqueza a nivel europeo
que precipitan en los territorios. La cuestión central que ponen estos
movimientos ahora es precisamente una lucha sobre la medida de esta producción
de riqueza.
Cuando oponen a los procesamientos desde arriba, a los golpes de
comisarios y mega-inversiones, un “saneamiento social” de los territorios que
radica en la decisión colectiva y democrática, estos movimientos luchan
exactamente acerca de la medida de la producción de moneda: la medida de la
vuelta a la acumulación capitalista contra la medida de la cooperación social,
de las necesidades de los territorios, del deseo de dignidad y autonomía de las
subjetividades. Lo cual hace evidente también cómo, más allá y contra toda
representación angustiosamente “territorial”, en el nivel europeo del comando
financiero, es dónde se juega de verdad la lucha de este movimiento como
movimiento de reapropiación de la riqueza desde abajo, por parte de la
cooperación social y de la “vida”: y sería urgente profundizar todas las
posibles conexiones que este movimiento puede generar, empezando desde el sur,
en la construcción de un plano de luchas y de campañas europeas contra la renta
financiera y por la reapropiación de la decisión política sobre la riqueza. La
consciencia de que la riqueza existe, y se necesita volver a conquistarla,
junto a la riqueza de las potencialidades de la cooperación social, experimentada
desde hace tiempo, son los elementos inmediatamente visibles de la fuerza de
este movimiento.
Quienes estaban el 16 de noviembre lo podían percibir directamente: la
composición del #fiumeinpiena es la de una generación joven y consciente. Es
justamente la generación de la consciencia que toma la palabra y clava al poder
a sus responsabilidades, sean los altos cargos del Estado, empezando por Rey
Giorgio Napolitano, sean los administradores y políticos locales, sean, y sobre
todo, la clase empresaria italiana. Contra luz aparece la alusión al emerger de
una consciencia que atraviesa un espacio nuevo, libre y democrático de lucha
política, donde se configuran unas relaciones y unas prácticas políticas
“nuevas”. Y donde, sobre todo, es la dignidad la que predomina: la dignidad de
salvaguardar y producir nuevas formas de vida, nuevas maneras de estar juntos.
En el #fiumeinpiena aparecen continuamente temas que cuestionan de
manera directa el espacio declinado en sus diferentes formas y acentos: de
“lugar físico”, tierra, territorio, donde materialmente de desarrolla la vida
cotidiana y se entrelazan las relaciones fundamentales entre los seres humanos;
de “lugar simbólico”, de la representación y auto-representación de la
comunidad, “espacio publico mental” donde se define la identidad, se practica la
confrontación, donde se encuentra al “otro” en forma de discurso; y se entrevé,
aunque aparezca poco nítido, el “lugar institucional”, es decir el ámbito de la
democracia directa, entendida como mandato desde abajo hacia los que mandan,
lugar de condensación de una voluntad colectiva producida desde la
multiplicidad y capaz de expresarse y tomar la palabra frente al “poder”.
4. Agujeros negros: el
emergencialismo e el espectáculo de la representación
No faltan los intentos de invasión de estos espacios por parte de
dispositivos de cauterización de los conflictos, ya que producen una opinión pública
tan resentida como impotente, que se proponen neutralizar aquellos movimientos.
¿Qué otra tarea podía tener la noticia publicada por L’Espresso, “Bebe Nápoles y morirás” (juego sobre un dicho
italiano, “Ve a Nápoles y luego podrás
morir”), sino la de producir miedo y terror y preparar el paso a las medidas de
emergencia, las intervenciones anestesiantes en los espacios de la democracia y
de la participación radical? A fortiori,
un periodismo de este tipo no hace otra cosa sino engrasar los mecanismos
interactivos donde ilegalidad, inmoralidad, y la degradación meridional parecen
asumir la apariencia de infecciones y transformarse en monstruosas
representaciones de una línea de tendencia general en el panorama nacional.
Dicho de otra forma: el Sur como mejor termómetro de la degradación
italiana. Y en este marco de diagnosis, de nada valen las movilizaciones, las
plazas llenas, el #fiumeinpiena. Estos últimos se quedan como fenómenos
extemporáneos, comida para tertulias televisivas. Al mismo tiempo, las
tecnologías de gobierno que defienden la “razón de estado” y sus principios,
después del tiempo de la cólera, vuelven a tomar su espacio con responsabilidad
y decisionismo, volviendo a tomar el mando de la gestión neoliberal del
Mezzogiorno. Volviendo a proponer un viejo guión sobre cómo gestionar la
emergencia: leyes especiales e intervención securitaria del ejército. Al menos,
estaría bien que el Presidente de la República , Napolitano, y el Primer Ministro,
Letta, reinventaran el léxico de la gubernamentalidad de las emergencias del
Sur: desde hace más de un siglo, las clases políticas e intelectuales desean y
luego intervienen con dispositivos de emergencia, haciendo de estas tierras
“estados de excepción permanentes”.
Al fin y al cabo, detrás del discurso emergencialista, siempre hay un
orden fundado sobre una condición de deficiencia, una condición de inferioridad
y subalternidad que invoca y justifica la ayuda de quienes están en lo alto, de
los más responsables e ilustrados. Pero este discurso tampoco parece funcionar.
No han faltado, de hecho, al cierre de la jornada, los llamados a las
intercesiones por parte del Presidente de la República o del
Arzobispo de Nápoles: invocar al estado y a la iglesia, súplicas hacía arriba,
intangible y verticalmente proyectadas hacia el pedido de socorro y, entonces,
de sujeción. En cambio, la respuesta consciente del #fiumeinpiena al mecanismo
de la “emergencia y de la intercesión” ha sido devolver el Rey a la tierra,
hacerse potencia que apunta a cambiar lo existente sin invocar a nadie. Este ha
sido el sentido del mensaje que atravesaba el enjambre multitudinario: que nadie
se escape, por un lado o por otro. Quienes son los responsables tienen que
pagar e irse.
¡Ejemplar ha sido la respuesta a tantas súplicas, cuando los nombres y
los cargos públicos han recibido nada más que silbidos y protestas! Aquellos
cargos ya no tienen la posibilidad de interceder en el #fiumeinpiena. Ya no
pueden hacer daño porque se les ha desarmado de aquel dispositivo de
reproducción de la subordinación que es condición necesaria para que exista un
poder constituido. Y mientras estos dispositivos caían, el #fiumeinpiena volvía
a llenar el debate de un nuevo significado a partir de la subalternidad,
descubriendo la fuerza de una democracia directa.
Es obvio que algunos de los elementos emergidos el 16 de noviembre tienen
una apariencia de crónica, perdidas en la inmensa participación popular; y, sin
embargo, vale la pena que el #fiumeinpiena las enfrente desde ya para encauzar
posibles derivas, ya vistas en el pasado, y romper los lazos que dejarían sin
libertad la generalización de la lucha y de la conciencia. Sobre todo, el tema
de la representación política: la representación política es un obstáculo en la
realización de la democracia directa. La “simbólica sobredeterminación de la
representación política” frena los “desarrollo sociales de las luchas”, hasta
determinarse a sí misma como diagrama entre movimientos y instituciones.
Seguramente las experiencias pasadas, las de las luchas ambientales de
2008, son un ejemplo de esto: una clase intelectual y política que, si bien con
el intento de reforzar el programa (diferenciación de la basura, ciclo
alternativo de la basura, no a la incineración), ha vuelto a conducir parte de
aquellas luchas hacia un circuito de representación política que poco ha hecho
para desarticular el dispositivo de la subordinación y que, además, ha acabado por
reproducir la acción a favor de los políticos de carrera (es el caso del juez
Luigi de Magistris y su lista cívica, “Movimiento Naranja”), y ha sofocado de
esta forma la generalización de las formas de democracia desde abajo y de
autogobierno de los territorios. Por suerte, este movimiento parece tener
anticuerpos. No será fácil reproducir formas para embridar la participación
directa en contenedores institucionales, donde la “voluntad general” será
anestesiada en nuevos partidos o revoluciones naranjas o en grupos y organizaciones
políticas.
Después de todo, es difusa la consciencia de que estos grupos son
parte del problema. Inequívoca en este sentido ha sido la contestación al
símbolo de la
Municipalidad de
Nápoles durante el #fiumeinpinea, como también, las críticas a los políticos en
la manifestación. De la misma manera, ciertas incongruencias de aquellas
contestaciones nos dejan entrever posibles cortocircuitos del #fiumeinpiena,
debidos a la búsqueda de formas de representación a toda costa en su interior:
ciertamente, tienen sabores diferentes la contestación – o mejor dicho la
ajenidad radical – a las instituciones por parte de la mayoría del movimiento
(los silbidos al Arzobispo y al Presidente, “cívicamente” invocados desde el
palco) y las diatribas entre concejales completamente internos a la
institución, “espectáculos” muy presentes, en una manifestación seguramente
demasiado llena de tricolores (referencia
a la bandera italiana, ndt.), asesores, representantes políticos de mayoría y
oposición.
Para decirlo con Guy Debord, las imágenes reproducidas en el espectáculo son solamente “una relación social mediada por las imágenes”. Por tanto, incongruencias del espectáculo de la representación política que el #fiumeinpiena tendrá que barrer. De otra forma, el riesgo es que se reconstituya una figura del “representado” siempre lista para la emboscada, o que se mistifique «en una sociedad vaciada de toda inteligencia y manipulada por la ensordecedora idiotez del circuito mediático, subiendo la opacidad de la información como una ausencia de virtud y registrando exclusivamente la cínica transparencia del poder hecho más vulgar por su falta de responsabilidad». Palabras que son piedras. Claro está, tenemos toda la fuerza para evitar las trampas – siempre demasiado presentes en los movimientos meridionales –, tenemos la fuerza para no volver a estar atrapados en la representación política y sobre todo, en la trágica interiorización de una subalternidad carente de imaginación política e incapaz de pensar más allá del triste dogma sectario – que tantas veces ha matado lo nuevo que se manifestaba en muchos y amplios movimientos sociales – según los cuales «el líder y las estructuras centralizadas son la única manera de organizar proyectos políticos eficaces».