La ética del anonimato, la vida de la filosofía y las máscaras del poder

Por Alexandre F. Mendes

(Traducción para Lobo Suelto!: Santiago Sburlatti)


La crítica sentenciosa me provoca sueño; me gustaría una crítica hecha con destellos de imaginación. No sería soberana, ni vestida de rojo. Traería consigo los rayos de posibles tempestades.

Michel Foucault

En el período que actué como defensor público en Río de Janeiro, recuerdo haber participado en una primera reunión con habitantes de la favela Metrô Mangueira, que estaba localizada en la Av. Radial Oeste, en frente del Maracaná. Ellos traían, afligidos, decenas de “laudos” de clausura de sus casas, afirmando que la policía quería trasladarlos por estar en áreas de riesgo. Recuerdo que nos causó sorpresa el hecho de que estas clausuras estuvieran fundamentadas con una misma descripción para todas las casas (un breve y genérico párrafo) y la información de que Defensa Civil había montado una “tienda” en la comunidad, alertando que quien no acatara la prohibición se quedaría sin otra alternativa.

Después fuimos informados que alrededor de cien familias, atemorizadas por las amenazas y recelos, se acabaron mudando al lejano barrio de Cosmos, en departamentos del plan “Mi Casa. Mi Vida”. Otro grupo de familias, además de un grupo de comerciantes, resolvieron resistir y luchar “hasta el final” por sus derechos. Si la memoria no me falla, fue justamente una gran movilización, incorporada al Grito de los Excluidos, el día 7 de septiembre de 2010, que marcó el comienzo de una transformación importante en este caso.

En base a mucha presión y al cierre de la propia Av. Radial Oeste, los habitantes y comerciantes consiguieron una reunión con el entonces secretario municipal de vivienda, Sr. Jorge Bittar. La defensoría pública acompañó a los habitantes y, en aquel mismo día, todos quedaron sabiendo, con mucha sorpresa, la razón por la cual estaban siendo trasladados. Se trataba, en verdad, del proyecto de “recualificación” urbanística del Complejo del Maracaná, que ganaría nuevas y pomposas inversiones públicas y era objeto de intereses privados. Las clausuras fueron desestimadas y las negociaciones pasaron a girar en torno de propuestas de reasentamiento en la zona más próxima (Conjunto Mangueira II), lo que acabó siendo aceptado. Sobre los comerciantes, parece haber todavía controversia, teniendo que ir el alcalde a la zona recientemente.

La inminencia del próximo 7 de septiembre me ha encontrado otra vez recordando el hecho y pensando en las familias que se mudaron forzosamente para Cosmos (límite del municipio) y que, probablemente, tengan sus vidas profundamente afectadas o destruidas por la acción de la prefectura de Río. No hay dudas de que fueron atropelladas por un poder que amenaza, agrede y que no muestra su rostro. ¿Por qué necesitaban ocultar el proyecto? ¿Por qué repitieron el mismo modo de accionar en zonas como Prazeres, Estradinha (Tabajaras), Labouriaux (Rocinha), Vila Harmonia, Restinga, Vila Autódromo, Providência, ocupaciones urbanas del centro y, ahora, en Horto, solo para dar algunos ejemplos?

Algunos me dicen: “podría ser peor, la policía está ahí para disuadir”. Pues en 2010, solamente en áreas como UPPs, fueron 119 los desaparecidos según el Instituto de Seguridad Pública (ISP). En aquel mismo año, de acuerdo con el mismo instituto, tuvimos 885 casos de muerte por acción policial registrados como “auto de resistencia”. Según Michel Misse, que ahora participa de la comisión creada por la OAB-RJ sobre desaparecidos en democracia, en diez años (2001-2011) fue posible contar nada menos que diez mil muertes registradas sobre ese título. ¿Serían los autos de resistencia y los actos de clausura dos máscaras del mismo poder que se ejerce sobre los pobres?

En 2013, el “Grito de los Excluidos” comenzó antes del 7 de septiembre y adquirió proporciones inéditas en la historia política brasilera. Desde el mes de junio a septiembre sucedieron tantas protestas, acontecimientos, episodios y debates que sería imposible esbozar aquí cualquier resumen de esa narrativa. Tal vez en ningún otro momento o tiempo cronológico se ha convertido tan vorazmente en intensidad efectiva. Perder un día y comprender toda una serie de estallidos y giros ocurridos por el Kairós producido en las calles y las redes. El tiempo ganó textura y se volvió productivo: ¡una nueva nervadura de lo real se constituyó!

Y se producen, no solamente acontecimientos, sino principalmente el hilo que conecta el proceso de lucha y la constitución de la verdad. En la dinámica material de su constitución, las movilizaciones arrancaron del poder incómodas e inesperadas confesiones: O Globo acaba de reconocer su apoyo a la dictadura; el Alcalde reconoció que fue “nazi” con las favelas removidas o amenazadas de traslado y el Gobernador recordó que perdió completamente la capacidad de diálogo cayendo en el puro autoritarismo. Y también les fueron arrancadas decisiones poco agradables: las tarifas no aumentaron, los traslados comienzan a ser suspendidos, el proyecto del Maracaná fue modificado, el museo se regresó a los indios, los movimientos sociales y sindicales volvieron a ser recibidos, etc.

¿Cómo parar el tiempo y recomponer el viejo orden? Ahí se encuentra el problema que el poder, desde junio, intenta resolver incesantemente. Las idas y venidas en el uso de la fuerza policial, las contradicciones en las editoriales, las desastrosas infiltraciones en las protestas y hasta la intervención de Pelé, en julio, demuestran que las innumerables tentativas experimentadas no tuvieron éxito. Dentro de ese permanente lanzamiento de dados, creo que estamos pasando por un nuevo ensayo de captura, vaciamiento y represión de las movilizaciones que vienen enfrentando, diariamente, la violencia y el sigilo del poder.

La fórmula no es tan nueva, se trata de la clásica inversión por la cual la dictadura fue exhortada para salvar la “democracia”, en la famosa editorial del periódico carioca. El poder, siempre enmascarado y ultraviolento, transfiere al otro su infamia y, en el mismo movimiento, actúa para permanecer exactamente como tal. El final es previsible: las intimaciones policiales llegaron más rápido a las casillas de correo de los manifestantes que el resultado de la recreación de la muerte de Amarildo, todo en  nombre de una “democracia” que precisa ser reestablecida.

Menos clásica, sin embargo, es la participación, en esa operación, de sectores que colaboraran y lucharan en la redemocratización del país, desde la década de 1980. Digamos que, pare ellos, convenientemente, el tiempo paró el día 20 de julio de 2013. La aparición en las calles de lo que ya existía, una derecha ultranacionalista, hizo que parte de la izquierda, en especial de aquella guevarista, vomitase por encima de todos la mancha de “fascistas”. Poco importa si aquellos grupejos definieron o no la trayectoria del movimiento. El tiempo, simplemente, se paró el 20 de julio.

El problema es que esa desconfianza generalizante sobre el movimiento adquiere, ahora, contornos verdaderamente represivos que estuvieron siendo diseñados, paulatinamente, por una sintomática unión entre los grandes medios y los blogs oficialistas, entre algunos filósofos de izquierda y columnistas de extrema derecha, entre oportunistas y actos concretos de gobierno. Todos entonan un único y abstracto juicio: “Los enmascarados son violentos y atentan contra la democracia”.

En este discurso, la memoria de la dictadura es usada y vilipendiada en nombre del mantenimiento de un orden que, ni de lejos, está siendo amenazada por cualquier tipo de fascismo. Por el contrario, la táctica de gobierno se asemeja cada vez más a la doctrina de la razón del estado, en la cual la autosalvación del propio estado constituye el único objetivo de la política. Toda sedición es amenaza, todo el que resiste es enemigo.

La última contribución en ese campo, como se sabe, fue realizada por la filósofa Marilena Chaui. En la entrevista con la revista Cult y, posteriormente, en conferencias nada menos que para la Policía Militar de Río de Janeiro, la profesora de USP abusó de los delirios punitivos. En primer lugar, indicó que en algunos grupos de izquierda habría una “violencia fascista” que tendría por objetivo “destruir al otro”. Y después, respondiendo a una investigación policial, afirmó que “intelectuales de izquierda”, lectores de Foucault, Negri y Agamben, estarían incitando a la violencia en esos grupos.

Coincidencia o no, la repugnante entrevista está absolutamente en sintonía con las tácticas de represión implementadas en los últimos días. En las calles, la represión del día 27 de agosto fue, en palabras de los manifestantes, “la más violenta de todas”. Los policías concentraron el uso de las armas en las mujeres y en los medios de comunicación que cubrían la manifestación. Una joven militante y estudiante de derecho, que por casualidad luchó conmigo en los traslados forzosos, fue golpeada en la cabeza cuando todavía estaba en la concentración. Otras fueron batidas por varios policías con golpes también en la cabeza. Cartuchos de armas de fuego fueron encontrados en el suelo, de acuerdo a las declaraciones registradas por los abogados de OAB-RJ.

En las redes, comienzan a llegar citaciones de la Dirección de Represión a los Delitos Informáticos,  para establecer el crimen de incitación pública al delito (art. 282 CP), demostrando que muchos adherentes a las manifestaciones pueden ser genéricamente criminalizados. Aquí el término “incitar a la violencia” no está en la entrevista de la revista Cult por casualidad: el concepto permite una vaga y conveniente utilización del aparato represivo a partir de la expresión de opiniones y la difusión de imágenes. Hay indicios, por lo tanto, de que los siguientes pasos pueden consistir, exactamente, en una coreografía violenta entre porras, bombas y criminalización de la opinión.

No parece haber una retirada, sin embargo, en la disposición de los manifestantes, que asimilan la estrategia de represión. En el último domingo, Ocupa Cabral promovió un encuentro cultural en el que los participantes explicaban, sin perder el  humor, las razones por las que usaban máscaras: “porque puedo convertirme en Amarildo”; “porque si mi madre se entera estoy frito”; “por culpa de la persecución política”; “porque lo encuentro fashion”; “porque la constitución lo permite”; “porque es fundamental ficcionalizarse”, etc.

Parece evidente que el anonimato de los manifestantes es, fundamentalmente, una garantía efectiva y necesaria contra las abusivas criminalizaciones, secuestros relámpagos, torturas, desapariciones forzadas y muertes. Es preciso admitir que el derecho a expresión, a reunión y manifestación está siendo ejercido, en este momento, en un lugar donde mueren, repito, diez mil ciudadanos cada diez años por la acción policial. El anonimato en un estado donde la violencia tiene su lastre es, como mínimo, la brecha encontrada para que los jóvenes de la periferia puedan expresarse políticamente, como parece ser en este caso.

Además de eso, las máscaras son una efectiva protección contra las armas menos letales. ¿Quién no colocó un paño en su rostro cuando fue alcanzado por gas pimienta o gases lacrimógenos? ¿No sería esa la principal característica de la “revuelta del vinagre”? Lo que el poder busca es exactamente fragilizar a los manifestantes para que queden a merced del uso excesivo de los instrumentos de represión. En este sentido, la máscara es tanto autodefensa como constitución potente de los cuerpos que cuestionan los secretos de los gobiernos. Urge, por lo tanto, no confundir las máscaras de la resistencia con las máscaras del poder.

Esa importante distinción no pasó de largo en uno de los pensadores más importantes del Siglo XX. Queriéndose dirigir más directamente a su lector, Michel Foucault publicó, en 1980, en Le Monde Diplomatique, una entrevista titulada “el filósofo enmascarado”, que permaneció anónima hasta su muerte. En ella, Foucault trata con su bello y peculiar estilo, las relaciones entre el ejercicio de la filosofía, la producción de verdad, la constitución ética de los sujetos y el trabajo de los movimientos sociales. Al contrario de Marilena Chaui, siempre imprudente al lanzar veredictos a los “intelectuales”, indagando sobre ellos, Foucault respondió:

Intelectuales, nunca los encontré. Encontré personas que escriben novelas y personas que curan a los enfermos. Personas que estudian economía y personas que componen música electrónica. Encontré personas que enseñan, personas que pintan y personas de las que no entendí si hacían cosa alguna. Pero nunca encontré intelectuales.

Por el contrario, encontré muchas personas que hablan del intelectual. Y, por escucharlos tanto, construí para mí una idea de qué tipo de animal se trata. No es difícil, es el culpable. Culpable un poco de todo: de hablar, de silenciar, de no hacer nada, de meterse en todo… En suma, el intelectual es la materia prima para juzgar, condenar, excluir…

Foucault estaba preocupado, por cierto, sobre todo por los juicios violentos a los que estamos sujetos cuando somos mirados por el ojo del poder en la figura, justamente, del intelectual. “Dígame, ¿no escuchó hablar por casualidad de un tal Toni Negri? Por casualidad, ¿no está en prisión exactamente en tanto intelectual?”, preguntaba Foucault en la misma entrevista. La condena efectiva de Negri por “participación intelectual” le pareció el ejemplo concreto de un uso ético del anonimato.

La máscara aquí no significa fraude o astucia del saber, al contrario, ella es el dispositivo que permite que la producción de verdad y de los sujetos pueda ocurrir éticamente.
La “vida de la filosofía” no está, para Foucault, en la crítica sentenciosa –aquella que presta al oficio de juzgar, definir culpables y engordar las páginas de los procesos criminales. Ella reside en el vínculo complejo entre la constitución de verdad y de nosotros mismos, entre las múltiples posibilidades del pensamiento y las varias formas de acción, entre la práctica de investigación y de reflexión de los movimientos, entre la crítica formulada y los “destellos de imaginación”. La actividad filosófica no emana juicios, pero “emite señales de vida”. Una vida que insiste en resistir y, contra las máscaras del poder, tiene el coraje de decir la verdad.

He aquí la ética del filósofo enmascarado.