Entre la carne y el tiempo

León Rozitchner asumió desde muy temprano la tarea de hacer encarnar la filosofía en la vida real de los hombres y de quitarla del territorio europeo para ampliar su zona de incumbencia a la geografía de América latina. A dos años de su muerte, la Biblioteca Nacional emprendió la recuperación de todas sus obras, en un plan editorial cuidado y de enorme interés. Comenzando por Moral burguesa y revolución, Perón: entre la sangre y el tiempo y Filosofía y emancipación (su libro sobre Simón Rodríguez), pronto seguirán otros libros que despliegan un pensamiento vivo y una escritura desafiante de la razón aislada de la carne y la pasión.

Por Fernando Bogado


No hay razón, no hay filosofía sin acontecimiento. Esta frase, que puede parecer bastante simple, encierra una serie de profundas discusiones en el interior del discurso filosófico, discurso que, como cualquier otro, requiere de una serie de instituciones que lo legalicen, que le den su visto bueno: esto que dice tal es correcto porque pertenece a tal Universidad (con mayúscula, claro). O: salió publicado en tal libro y lo dijo tal filósofo. Decir que la filosofía depende del acontecimiento es, precisamente, subvertir la lógica del filósofo académico, que precisa de una serie de “credenciales” para poder pensar, en primer lugar, y para poder decir algo acerca del presente, en segundo lugar, siempre y cuando sea posible equiparar tal experiencia de la actualidad con tal otra del pasado europeo (geografía del pensamiento filosófico). No hay filosofía si no piensa el acontecimiento: este breve postulado, este humilde y sintético estandarte, esta idea es quizá la que puede resumir el pensamiento de León Rozitchner, fundamental filósofo argentino, quien dedicó su producción no sólo al ejercicio de la crítica de los saberes dogmáticos que se cerraban sobre sí mismos y se alejaban del drama cotidiano del hombre sino que, por sobre todo, arriesgó un pensamiento original que proponía una filosofía abierta a la experiencia de lo latinoamericano, a los problemas que tenían el pulso vivo del presente. Eso, al menos, es algo que perfectamente puede comprobarse en la reedición de la obra de Rozitchner que la Biblioteca Nacional está llevando adelante bajo la revisión y supervisión de Diego Sztulwark y Cristian Sucksdorf, tarea que, con tres títulos ya publicados, presenta un programa de publicaciones que incluye no sólo los clásicos sino, también, varios trabajos inéditos en nuestro país.

¿Qué implica “pensar el presente”? No hay mejor manera de responder a esta pregunta que volver a uno de los libros más renombrados de Rozitchner, Moral burguesa y revolución (1963), en donde, a partir de su confesa adscripción al proceso revolucionario cubano, desarma la moral imperialista de los invasores de Playa Girón y revela una estructura que, a esos mismos sujetos, les resultaba “invisible”, esto es, imposible de ver y de confesar. En ese mismo libro encontramos el modelo “en negativo” del pensador que Rozitchner representa, estrictamente, el objeto de su crítica: uno de los prisioneros, un joven de 23 años que creció en las facultades más renombradas del ámbito europeo, alguien que tomó las armas para derrocar al gobierno de Castro. Encerrado en la lógica universitaria, el sujeto interrogado por los periodistas cuyos argumentos fueron luego analizados por Rozitchner se niega a revisar las condiciones de su propia existencia e introduce constantemente “falsos infinitos” a través de procesos analíticos que se pierden en el detalle o síntesis monstruosas que se dan como saltos metafísicos de difícil lógica deductiva. Concentrarse en el detalle minúsculo para no revisar las condiciones objetivas de existencia (el joven pudo estudiar gracias al trabajo precarizado y al sometimiento de una enorme masa de la población cubana) y tratar de conciliar ideales altruistas sin acciones efectivas en el presente (el bienestar universal sin ningún programa efectivo para alcanzarlo), es el vicio del racionalismo burgués, el cual se entrega al pensamiento como si de un juego se tratara, lejos de las condiciones históricas de su existencia, o sea del descubrimiento de los crímenes cotidianos, y naturalizados, que permiten su existencia. Opuesto a esto, entonces, el pensamiento (vivo) de León Rozitchner.

LA FILOSOFIA Y SU CONTORNO
Pero, claro, si revisamos la biografía de Rozitchner encontramos también su adscripción a los estándares institucionales más elevados dentro del ámbito académico. Nacido en Chivilcoy en 1924, tendría su paso por la Universidad de Buenos Aires y luego se trasladaría a París, estrictamente a La Sorbona, donde continuaría sus estudios en Humanidades en las clases de los profesores más renombrados de la época de posguerra, nombres que constituyen una futura élite intelectual y que, en alguna medida, representan el pasaje que se da entre comienzos y finales de la década del 50, de la centralidad del existencialismo y la versión francesa de la fenomenología husserliana al estructuralismo. Los nombres de esos profesores lo dicen todo: Maurice Merleau-Ponty, Lucien Goldmann y Claude Lévi-Strauss. Sus primeros méritos académicos también atraviesan la época: obtuvo su licenciatura en Letras en 1952 y logró su doctorado en Filosofía en 1960. Y es en esa misma época en la que, en los márgenes de la vida universitaria argentina, aparece una de las relaciones más relevantes de su vida intelectual, una revista que codirigió y que marcaría un importante quiebre en la conformación de la intelectualidad argentina: la revista Contorno.
Proyecto liderado por los hermanos Ismael y David Viñas, Contorno nace de las cenizas de Verbum, órgano del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, y de Las ciento y una, publicación dirigida por Héctor A. Murena que dio a luz un solo ejemplar. De la ruptura de los Viñas con Murena se saca en claro que, en el eclipse del peronismo, había que ofrecer una alternativa intelectual que pudiera distanciarse del pensamiento hegemónico y, al mismo tiempo, realizar planteos contemporáneos ligados a las nuevas interpretaciones que se abrían paso en ese momento. Ya sea a partir de una lectura que cruza la historia nacional con su proyecto literario (propia de los hermanos Viñas), de la recuperación de un irracionalismo intuitivo presente ya en los trabajos de Martínez Estrada o en el propio Murena (perspectiva representada por Rodolfo Kusch) o la impronta que en esa generación deja la travesía intelectual de Jean-Paul Sartre (representada en el grupo por Juan José Sebreli, Carlos Correas y Oscar Masotta); todas estas tendencias encontraban su lugar en una revista crítica, sobria y “parricida”, nombre que les quedó pegado luego del famoso comentario del crítico Emir Rodríguez Monegal. El objetivo era claro: oponerse a la tradición y recuperar figuras marginales, como el propio Martínez Estrada o Roberto Arlt, para distanciarse del canon estilístico y estético implantado por los miembros de una generación intelectual anterior.
Uno de los artículos aparecidos en Contorno, estrictamente en el número 5/6 de 1955 y que lleva el nombre de “Comunicación y servidumbre: Mallea”, plantea de manera muy temprana las principales preocupaciones del andar filosófico de Rozitchner. En principio, se encuentra la clara oposición a los ideales liberalistas representados por la gente de Sur (aludidos aquí a través de la crítica de la obra de Eduardo Mallea, célebre colaborador de la revista), cuya concepción del escritor tiñe la actividad de un halo de santidad que obliga necesariamente a la separación, a la abstracción del sujeto con respecto a su entorno, esto es, a la realidad histórica. El escritor no es otra cosa que un esclavo de su clase, alguien que comparte las mismas, negativas y entristecedoras condiciones del sacerdote cristiano: olvidar las vejaciones del yo empírico, del hombre en su contexto, para concentrarse en la posibilidad de un mundo más allá, de un yo trascendente que –él sí– pueda ser amo de su vida. Otra síntesis monstruosa con una lógica forzada: el más allá será nuestro, el más acá es de los dominadores. Y aquí emerge una de las principales preocupaciones teóricas que el filósofo va a mantener a lo largo de toda su vida: la crítica a la moral burguesa es, también, una crítica a la moral cristiana y a la Iglesia Católica como institución, crítica que aparece en diversos trabajos pero que toma forma definitiva en uno de sus últimos y más polémicos libros, La cosa y la cruz. Cristianismo y capitalismo (en torno de Las Confesiones de San Agustín), de 1997.

PERON AL DIVAN
Terminado el ciclo de Contorno, Rozitchner continúa con su trabajo crítico articulado en función de viajes significativos, como su estadía en Cuba entre los años 1961 y 1962, época en la que dio clases de ética en la Universidad de La Habana. El resultado de su perfil teórico y su encuentro con la realidad revolucionaria trae como resultado uno de sus trabajos más significativos, el ya mencionado Moral burguesa y revolución. Pero ya en su primer libro marca este contrapunto entre el estado de situación del mundo y la posibilidad de un accionar diferente, novedoso, un accionar que realmente cambie las condiciones de existencia del hombre en la historia. Persona y comunidad: ensayo sobre la significación ética de la afectividad en Max Scheler (1962) atraviesa la perspectiva del fenomenólogo alemán confrontándola con ciertas líneas claramente marxistas. En su recuperación de Scheler, Rozitchner observa que la aprehensión de las estructuras afectivas (como la simpatía o el amor) como esencias a priori implica un salto metafísico que deja de lado la referencia al trabajo moral del hombre en la comunidad, o sea, al mismo proletariado que Scheler, políticamente, rechazaba. La esencia misma del hombre, en definitiva, no se da antes de la historia, sino que emerge por su propia participación histórica, por su estar en el mundo, y cualquier lectura que plantee que estas esencias anteceden al drama del hombre en el mundo es un resabio burgués que, tal como los prisioneros de la Playa Girón, esconde en sus planteos metafísicos la verdad histórica y objetiva de su aparición. La esconde, claro, para no hacerse cargo.
Comenzada la década del 70, este pensamiento volcado al problema de la comunicación y al accionar moral e histórico del hombre concreto empieza a revisar con mayor insistencia la articulación de estos problemas en el psicoanálisis freudiano que, junto con el peronismo revolucionario, se convertirán en las dos obsesiones de este nuevo tiempo que se abre. Luego de Ser judío (1967), Rozitchner publica Freud y los límites del individualismo burgués (1972), dando comienzo a un nuevo ciclo que culmina con otro de los textos más importantes de su producción, también publicado ahora por la Biblioteca Nacional: Perón: entre la sangre y el tiempo, libro aparecido en 1985 pero escrito a finales de la década del 70, ya en su exilio venezolano y al comienzo de su vínculo institucional con la Universidad Central de Venezuela. Este libro, amargo, es también una lectura fuertemente marcada por las preocupaciones de su generación y por la implantación del terror en el país: la pregunta fundamental es cómo entender a Perón y el peronismo y cómo entender, desde la experiencia el exilio, los errores de la izquierda argentina.
Un artículo recuperado hace no mucho tiempo en la edición que la Biblioteca Nacional publicó de ese eslabón perdido de la intelectualidad argentina, el número de la revista Tiempos modernos de 1981, dedicado al drama nacional, funciona como puente entre esta situación biográfica y el encuentro de un pensamiento que interpela, reclama, exige. “Psicoanálisis y política: la lección del exilio” muestra, precisamente, cómo toda una generación llenó los vacíos del peronismo con ilusiones que ocultaban el verdadero trasfondo de la política: la guerra, el terror impune que luego se instaló como verdad irremediable.
En toda su lectura psicoanalítica, el gran contrapunto que mantiene Rozitchner no sólo es con la intelectualidad de izquierda argentina, sino también con el lacanismo imperante en el mismo período: ¿cómo se va a sostener que la castración es simbólica frente a la castración real y efectiva, a la vejación objetiva que los torturadores llevan adelante en la Argentina? Todo el planteo de un mundo simbólico sujeto a la lógica del significado y el significante es sólo el discurso paternalista y propio de ese mismo terror que nos aleja de nuestra verdadera realidad, del auténtico materialismo revolucionario que, para el último Rozitchner, no será otra cosa que el regreso a la madre.

CUANTO PUEDE UN CUERPO
Uno de los grandes aportes críticos y filosóficos de Rozitchner, aún en el exilio, es Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia (1985), escrito luego de su resistencia a firmar una carta, en 1982, respaldando el accionar militar que se proponía recuperar las islas. Ese documento, sostenido por el Grupo de Discusión Socialista (entre los que se encontraban José Arico, José Nun y Emilio de Ipola), si bien mantenía su distancia crítica con respecto a los sucesos en territorio nacional, consideraba positivo el intento de recuperación del territorio expropiado en función de la defensa de la soberanía nacional. Esta breve mención muestra el carácter de Rozitchner, quien, pese a ser amigo de gran parte de los firmantes y mantener fuertes vínculos después del suceso, no dejó de señalar su diferencia y de postular que ninguna soberanía nacional podía defenderse desde la perspectiva de una soberanía popular aplastada, torturada y disuelta debido al terrorífico accionar de la Junta.
De regreso al país, Rozitchner continuó con su producción filosófico- crítica que tenía en su haber el tratamiento de problemas de ética y moral (sobre todo en sus trabajos de los ’60) y sus estudios en torno del psicoanálisis como práctica burguesa que podía recuperarse para el accionar político antiburgués (tal como lo hemos podido comprobar en sus trabajos de los ’70).
Cristian Sucksdorf y Diego Sztulwark, los responsables de esta reedición, argumentan, en el notable prólogo que acompaña cada uno de los libros, que estos dos momentos del pensamiento de León son continuados por otras dos instancias, en donde la preocupación central es el descubrimiento, en la etapa que se abre con La cosa y la cruz, de la centralidad del cuerpo materno como fundamento de la vida. El materialismo, presente ya desde los primeros textos, pasa ahora a transformarse en un mater-ialismo, una reivindicación del lugar de la madre dentro de la esfera de lo político, de las instituciones, de lo moral, de la comunicación y el pensamiento, que no es otra cosa que el ser sentido y pensado del hombre, esa esencia que, lejos de ser una idea, es, sobre todo, el reconocimiento mismo de lo corporal como lugar primero de la existencia.
“Nadie sabe cuánto puede un cuerpo”: la cita de Spinoza, que aparece en el prólogo de Perón: entre la sangre y el tiempo, puede muy bien servir para entender el porqué de este pensamiento en torno de la madre. El discurso del terror, el discurso cristiano-filosófico-institucional, no hace otra cosa que instaurar la separación y la falta para distanciarnos de ese momento primero, natural, en el que estábamos sumergidos en el amor materno y en el que, tal como lo ha argumentado Freud, no distinguíamos nuestro cuerpo del de nuestra madre. El odio y la disgregación del discurso paterno es el mismo mundo simbólico lacaniano, en donde el “sentido sentido” es reemplazado por el “significado”, y en donde el respeto a instituciones que aparecen fuera del tiempo (¿no es ésa la supuesta “sincronía” del discurso estructuralista, por caso?) se contrapone a la vida material e histórica, al efectivo ser-en-el-mundo que el vínculo con la madre implica. El cuerpo habla y respira por debajo de cada conciencia racionalmente construida: la falta se nos quiere instaurar desde afuera para dominarnos, la verdadera crítica materialista tiene que volver al cuerpo, volver a ese mundo materno que sigue existiendo en cada uno de nosotros.
El último Rozitchner, el de libros como Materialismo ensoñado (Tinta Limón, 2011), no hace otra cosa que volver sobre estos temas con una prosa cada vez más poética: allí está, en definitiva, el sentido. La lengua materna, ese conjunto de balbuceos que emergían del más absoluto sentimiento, sólo puede rozarse desde la lengua paterna (la del significado) en la poesía: allí volvemos a encontrar el vínculo con una existencia primera que hay que volver a asumir como un segundo nacimiento desde el presente. Las críticas que Rozitchner hace a la perspectiva de Lévinas o Derrida apuntan precisamente a ello: ambos pensadores insisten en este problema del origen, pero, por respeto a las instituciones filosóficas a las que pertenecen, no van más allá y terminan adosando conceptualmente algún adjetivo que les permita realizar su planteo sin faltar a la lógica del discurso filosófico. La “hospitalidad incondicionada” de Derrida no es la “hospitalidad” a secas; el adjetivo “incondicionada” es respetar las mismas credenciales empobrecedoras de siempre.

TOTAL RECUPERACION
La recuperación de estos libros de León Rozitchner forma parte de un plan de edición prolijo, cuidado y de enorme trascendencia: luego de los tres ya publicados, aparecerán en breve Freud y los límites del individualismo burgués, Persona y comunidad y un libro inédito que constituye uno de los últimos aportes intelectuales del filósofo: Lévinas o la filosofía de la consolación, en donde se incluye su polémica con Oscar del Barco surgida a partir de la interpretación del “no matarás” lévinasiano. Diego Sztulwark asegura también que, muy probablemente para finales de este año, se dará a conocer una serie de veinte capítulos con entrevistas a León realizadas entre 2008 y 2010, proyecto en donde también están involucrados Ximena Talento, Javier Ferreyra y Jorge Attala.
Juan Bautista Alberdi, en un artículo publicado en el diario La moda, de 1824, y recuperado en una nota de Confirmado del año 1966, aseguraba que, liberados del yugo español, “debemos abocarnos sin demora a la edificación de una filosofía nuestra, que nos diferencie de los modelos europeos. Sólo así seremos realmente independientes”. El proyecto filosófico de León Rozitchner no es otra cosa que la respuesta a este pedido: un pensamiento original, enteramente nuestro, propio, que articula la pesada herencia del discurso filosófico europeo con la emergencia del acontecimiento histórico latinoamericano, poniendo a funcionar ese aparato para pensarnos a nosotros mismos y poder por fin asegurar una completa, irrenunciable, independencia.