La política son los otros
Notas de un domingo de provincia sobre el liberalismo que bloquea las transformaciones
por Juan Pablo Maccia
Quisiera
profundizar el debate sobre el constitucionalismo popular, disparado a partir
de la exigencia de re-relección que sobrevuela el proceso político argentino.
Luego de varias semanas de silencio, escribí un artículo para debatir con mi
entrañable amigo Ernesto Laclau. Ya he visto algunos artículos periodísticos
que replican su perspectiva, solo que desde un punto de vista conservador
(Abraham, Fidanza, Gargarella). Este cúmulo de textos críticos no alcanza para
armar una autentica discusión, un diálogo efectivo.
Tampoco
ayuda a la discusión la tentativa del diario página/12 por “estirar” los
efectos de las posiciones de Laclau entrevistando (ayer, domingo 21 de octubre
de 2012) a su compañera, Chantal Mouffe. Este tipo de entrevistas no ayudan en
nada a comprender el debate de fondo.
Formulas como “desde mi
perspectiva, el criterio para saber si un país es democrático es si a la gente
se le da la posibilidad de escoger”; “ese
predominio del componente liberal es lo que están poniendo en cuestión los
gobierno latinoamericanos que han puesto al elemento democrático como elemento
principal”; “la reelección pude ser
una manera de luchas contra el predominio del liberalismo” o “hay que latinoamericanizar Europa” son
demasiado abstractas y genéricas para incidir en el complejo debate de la
coyuntura.
Desde hace
largo tiempo venimos adhiriendo e impulsando la re-relección presidencial. Desde
ese comienzo indicamos que el problema de muchos de los “amigos” k que adhieren
a la reelección está en la subsistencia de un núcleo liberal que entiende a la
política a partir de una subordinación de las instituciones al liderazgo del
ejecutivo o a la “conducción” del
movimiento y no, como debe ser, a las necesidades del movimiento mismo.
El
reciente asesinato de otro campesino del MOCASE-Vía Campesina en manos de
bandas del agro-negocio explica suficientemente bien lo ocurre cuando se
alteran los términos del intercambio.
Seguir
discutiendo la re-reelección sin dar pasos firmes en la comprensión de un
constitucionalismo popular puede llevar a una derrota doble: desprestigiar el
que es, sin dudas, el debate central de la política argentina desde el 2001 y,
al mismo tiempo, fallar en el nivel táctico frente al problema de la sucesión
presidencial.
Aprovecho,
entonces, el aire que da la coyuntura (completamente dedicada a la discusión
entre el 8N y el 7D) en este domingo de provincias para responder a un viejo
corresponsal, el señor Carlos C.
Tusquet, a quien apenas he visto un par de veces en mi vida, sin profundizar en
conversación alguna. No voy a extenderme: responder quiere decir hacer un lugar
a la palabra del otro, no oponerle refutaciones ni neutralizarla en la
indiferencia.
Tusquet, apellido ilustrado si
los hay, retoma un viejo texto mío sobre las generaciones políticas en la Argentina para hacerme
preguntas de difícil solución. Dos son las cuestiones centrales: Si la
generación de los años 70 y la del 2001 son contemporáneas con un
acontecimiento histórico que las constituye, ¿es posible hablar en el mismo
sentido de una generación kirchnerista,
esa que ingresa a la política tras la muerte de Néstor Kirchner y hoy se organiza
mayormente en “Unidos y Organizados”?
La segunda cuestión que me
plantea el atento Tusquet es si es posible profundizar en la reflexión sobre
las potencias políticas de la generación del 2001, cuyas posibilidades se
evaporaron en las virtualidades del éter filosófico.
Creo que ambas cuestiones no
son más que una y por eso respondo de manera unificada. Creo que el kirchnerismo no expresa un verdadero acontecimiento
político singular, sino que depende del acontecimiento 2001, es decir, de la
introducción en la coyuntura política de unos movimientos sociales que aspiran
a politizar la organización completa de la existencia.
Creo que se puede hacer una analogía
entre la forma en que los años `70 prolongaron de un cierto modo (“la lucha armada”, “la vuelta de Perón”) el auténtico
acontecimiento de la rebelión colectiva de los años ‘60, con su saga de
insurrecciones y el kirchnerismo, que intenta prolongar a su modo (la “vuelta
del estado”) la potencia del acontecimiento 2001.
El kirchnerismo no es ni un
acontecimiento singular (como argumenta Forster, de Carta Abierta), ni un fenómeno sin acontecimiento (como dice cierta
izquierda): su potencia se encuentra en estrecha relación con la materia
acontecimental a la que prolonga, precisamente, a su modo. El kirchnerismo no es, sino, una forma ultra-eficaz de gobernar
el acontecimiento.
Desde mi punto vista,
entonces, las dos cuestiones que plantea Tusquet se tocan en este punto
preciso: la “generación 2011”
(por llamarla de algún modo) no posee acontecimiento propio, pero tampoco vive
de la desconexión. Lo diría así: habita la mística de los años setentas
(dimensión imaginaria: “soldados de Perón), pero opera a partir del contacto
entre kirchnerismo y 2001 (dimensión real: “aguantadores de Cristina”).
En conclusión, las dos
cuestiones son la misma. La “generación 2001” es el nombre de una virtualidad: la del
acontecimiento en su faz abierta al porvenir, que se resiste a ser considerada
exclusivamente desde la perspectiva inmediata del gobierno.
La política argentina está acostumbrada a enredarse
con sus fantasmas. Pero un núcleo racional le sobrevive: aquella que se devela
nítida cada vez que nos preguntamos ¿cómo avanzar hacia un gobierno de los
“movimientos”? Conocemos las objeciones de oficio. Que no hay “movimientos
sociales” o que son muy débiles. De esta denegación de los “otros” se nutre el
liberalismo que nos habita.