Ecos de la Plaza. Memoria y olvido

por el Colectivo Inmediato


Algunas ideas mantienen una notable presencia. Aunque quizá no haya que decir presencia, sino insistencia. Y quizá no haya que decir ideas, sino gestos. Y un gesto que insiste es un hábito. Es notable, entonces, la insistencia de algunos hábitos. El tema es delicado: si el hábito comienza a dañar, ya es un vicio. El hábito, cadáver de una idea, busca postular lo real tal y como lo pensaba cuando aún era una idea, es decir, antes de ser hábito. El vicio del pensamiento es un obstáculo para el pensamiento mismo y debe ser erradicado. En un intento de aporte a esta tarea de saneamiento consiste esta nota.

Hace algún tiempo asistimos a la realización de la llamativa actividad denominada "Los sonidos de la Plaza". La acción consistía en disponer en la Plaza de Mayo un sistema de audio que recreara los sonidos de actos, discursos, mitines y demás acontecimientos significativos para la historia y la historiografía argentinas y porteñas. La acción pensaba la Plaza de Mayo no como un lugar físico sobre el que, contingentemente, suceden cosas, sino como un lugar real del acontecer argentino y porteño. Y éste acontecer está registrado: registrado en sus sonidos. Los Sonidos de la Plaza es una operación actual de historización de ese espacio: se concibe a la plaza como un lugar presente desde donde se puede construir una actividad historiográfica. Desde un momento 1 (que, como siempre, es el presente) se asiste a un momento 2, el pasado. Se lo observa, se lo toca, se lo piensa.


Como se ve, Los sonidos de la Plaza fue una linda idea. Pero queríamos hablar de los gestos que insisten. Para esta tarea de observación es preciso pensar con los ojos, sin usar como anteojos las imágenes forjadas por la costumbre o las apetencias.

Cuando asistimos a Los Sonidos de la Plaza, presenciamos una nueva ejecución del deporte nacional: opiniones aquí, opiniones allá. Logramos distinguir a un viejo (casualmente, de edad avanzada) alabar la iniciativa, casi como si fuera propia. Es que, claro, era propia; propia de él. No la iniciativa pensada y realizada, sino la iniciativa alabada. La alabanza consistía en aquella idea de que "es bueno tener presente el pasado; los pueblos sin memoria están destinados a repetir los horrores de su pasado..."  Pero la alabanza no era a la iniciativa, que no estaba siendo siquiera vista, sino a lo que se quería de ella, a lo que se quería que ella fuera: un sostenimiento de la memoria.

Analicemos un poco la opinión del amable señor (como siempre, el enfoque que aquí interesa no recae en el buen señor o su psicología; el enfoque centra en la idea que allí está funcionando, tomando a nuestro señor como soporte ocasional. Vamos a ver cual es el grado de efectividad de la idea). Pretender sostener la memoria de ese modo implica un supuesto: nuestro presente consiste en un momento 2 respecto de un momento 1, que vendría a ser el pasado. El señor supone -o mejor, la idea supone- que nuestro presente no es lo que hacemos hoy con lo que nos encontramos hoy, sino que nuestro presente es un efecto del momento anterior; momento anterior que no hay que dejar de tener presente. Es decir: el presente no es sino un término del pasado.

Aquella idea, que reivindica la presencia del pasado como método anticonceptivo de su reproducción, bueno pues, aquella idea no es ya una idea. Es un hábito; casi un vicio. Como buen vicio, lleva en sí el germen de una paradoja; como buen vicio, impensado, expele el tiro por la culata. Veamos.

La manera más astuta para evitar la repetición de un acontecimiento horroroso o indeseable -digamos, la dictadura militar- no es mantenerlo en la memoria, sino más bien olvidarlo. Olvidarlo, para que ya no forme parte del universo de posibles. De esta manera, el sujeto en cuestión transcurrirá más libremente, al menos respecto de aquel hecho indeseable. Olvidar no significa negar -ninguna verdad se apoya en la supresión de un hecho -; más bien, olvidar significa destituir la hegemonía de aquel hecho que pasó. Olvidar es liberarse. Podrán venir nuevas situaciones dolorosas, pero serán otras.

Atiéndase a que el sinónimo usual de tener memoria es "tener presente". La memoria consiste en tener presente, en no dejar ir. Como si fuera acto de traición soltarse de un acontecimiento horroroso, dejar de estar tramado identitariamente por aquello por lo que tantos murieron. ¡No al olvido! es un grito militante comprometido con la causa originaria. Pero ese compromiso corre el serio riesgo de quedar producido como efecto de esa causa originaria para siempre. Uno siempre será ante todo ese al que le pasó eso; pero si es ese, entonces sí que hay peligro de reaparición. Si concebimos que el pasado hace al presente, haremos que efectivamente así sea. Profecía autocumplida.

El chantaje subyacente que todos sufrimos es el de la antinomia memoria-olvido. Guardar en la memoria es no dejar atrás. Olvidar es hacer como si no hubiera pasado; olvidar es -o aquí está el chantaje- excluir lo horroroso de la constitución subjetiva de la experiencia. Pero todo esto es un chantaje. Porque el que olvida bien puede haber pensado y procesado antes de olvidar. Para pensar hay que correr al hecho en cuestión del lugar de mito, saberlo parte de la experiencia, cerrar el proceso lógico que ese hecho implica; luego, olvidar. Pensar el pasado (cosa bien distinta de recordarlo), como lo hacen por ejemplo las obras artísticas que lo utilizan como materia prima para su creación, es resignificarlo, alterarlo; en rigor, lo que había es derribado vía manipulación, vía intervención, vía apropiación. Así, Los Sonidos de la Plaza.

Ahora bien, si el proceso lógico que el hecho implica se ve obstaculizado por alguna fuerza artificial -esto es, reaccionaria-, bien difícil será realizar la operación de olvido. La razón es simple: no se puede olvidar sanamente lo que aún está activo. Entonces hay que saber discernir cuándo un hecho es realmente parte del pasado, y se lo sostiene presente por vicio ideológico, y cuándo la sucesión lógica de un acontecimiento no ha aún terminado. Luego habrá que realizar un segundo discernimiento, o al menos aclaración: que ese proceso de resolución sea presente no significa que el hecho que lo inició siga también presente. Verbigracia: la tarea de encarcelar a los responsables de los crímenes de estado tiene su fuente de realidad en el presente, pero la dictadura militar en sí misma es parte del pasado. Lo presente no es la dictadura sino la impunidad de los asesinos.

Si no se olvida se está esclavo, se sigue viviendo bajo la tutela de aquel pasado que, inmortalizado por nosotros, continúa presente. Solo lo que está presente puede acontecer. Sea del modo que sea su presencia.

Paradójicamente, la estrategia popular de evitar el pasado lo mantiene presente como objetividad. Paradójicamente, para no repetir el pasado -los "errores" del pasado- hay que olvidarlo. La memoria es el peligro de la repetición. No se trata aquí de borrar de la mente toda inscripción de algo que pasó. Más bien, se trata de borrarlo del lugar presente, eliminar su hegemonía. Se trata de no ser más ese al que le pasó eso; se trata de ser otro cuyo pasado cuenta con eso, pero cuyo pasado no lo determina ni mucho menos. Dicho sea de otro modo: a las facticidades muertas hay que sepultarlas.

La memoria comporta serios riesgos -según observan los ojos, no el deseo.