Señales de Vida:
Una Bitácora de la Escuela
Merlina
"No sé cómo se escribe la palabra ceiba,
puedo poner sus letras como deben ir
pero no sé cómo se escribe,
sé el orden de sus letras, no su gracia,
no pude conocer el árbol sin su nombre,
no tuve el tiempo de entender su gracia
porque enseguida pregunté su nombre
y ahora ya no sé cómo se escribe,
me adelanté a conocer el orden de sus letras
antes de conocer el orden de sus ramas".
Fabio Morábito
Merlina desde su nombre ya es
“mágica”. Ella es gitana y fue expulsada junto a su madre de su grupo. Viven en
una isla de la que sólo se puede salir si la marea está baja.
Merlina sólo iba a la escuela, los
días en que la marea estaba baja al horario de ingreso a y en el saludo matinal solíamos preguntarles a
los chicos “¿cómo está la marea hoy?” y la presencia o ausencia de Merlina era
el “signo”. Nos gustaba pensar esto como una forma más de decirles a los pibes
que no hay un solo modo de “detectar” un fenómeno, un “suceder”.
Con el tiempo fuimos reformulando
esa presencia. Ya no fue que Merli venía sólo cuando la marea estaba baja a las
7,30 de la mañana y empezó a venir a cualquier hora.
Cuando podía salir de la isla, venía. Se quedaba 4 o 5 horas y se iba antes
de que le resulte imposible entrar de nuevo a la isla.
Así Merli empezó a rotar por aulas,
turnos, espacios, se compuso con cada habitante de la escuela de un modo
particular.
Al principio Merlina casi no
hablaba con nadie. “Es re chúcara, Tere”, me decía María Luisa, una de las
porteras. Nos daba risa…
Se arrollaba abajo del escritorio
de la maestra y se quedaba dormida. Miraba con ojos curiosos todo lo que
pasaba… pero cuando se sentía observada, se metía abajo del banco otra vez.
Si estaba en la escuela en el
horario del medio día, cuando quedaba casi despoblada de niños, andaba con la
portera por las aulas, le alcanzaba las cosas… en absoluto silencio.
María Luisa le señalaba y ella le
alcanzaba… una “instrumentadora” de lujo.
Se probaba los guantes de goma y
hacía “obras de teatro” con sus dedos. “Dale, dale” –le decía María Luisa- no
tanto juego… “ayudame a repasar los bancos”.
Yo escuchaba estos diálogos desde
la dirección y me acercaba… quería “meterme” en esa relación que nacía entre
Merli y la escuela, de la mano de María Luisa. Hacerme cómplice de ellas.
Con el paso de los días, Merli, mientras
charlaba con María Luisa, escribía su nombre en el pizarrón.
Después quiso empezar a escribir el
de su mamá. Nunca en situación de aula Merlina escribía en el pizarrón… sólo
con María Luisa…
María Luisa, le enseñaba como ella sabía:
-¿la M con la A?
-MA- decía Merli…
Y seguían todas las vocales. La M
con la E, la M con I…
Como María Luisa era la encargada
de limpiar la sala de música, Merlina iba re contenta a los saltitos atrás de
ella… y tocaba el piano “con un solo dedo” y hacía malabares con tres pedazos
de tizas… que al final se le caían.
Amalia –la secretaria de la tarde-
le traía algo de comer y cuando ella llegaba, Merli corría a recibir su vianda.
Comía en la secretaría y hablaba con Amalia mientras ella iba acomodando las
cosas sobre su escritorio.
-
¿Cómo lo preparaste?
-
¿Qué le pusiste?
-
¿Quién te ayudó?
Indefectiblemente, cada día al
terminar el almuerzo, Merli se ponía cerca de la puerta y le decía a Amalia:
-
Estaba muuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyyy….
¡¡¡FEO!!! – y salía corriendo.
Cuando llegaba la bibliotecaria, se
iba a la biblioteca a leer y si escuchaba pelotazos en el gimnasio, corría a
sumarse al juego.
Nos armamos al ritmo de las mareas.
Algunos profes cuando la marea
estaba “tarde” venían a recuperar horas, algunos chicos iban siendo invitados
según lo que pensábamos hacer con ella a quedarse con Merlina “un ratito más”,
otros “de onda” se ofrecían alguna vez.
En la biblioteca era común ver a
dos o tres compañeritos “ocasionales” de Merlina poniéndola al día de lo que
había pasado la semana anterior en el que la marea estaba en el otro turno.
Si ella lograba venir a la mañana,
estaba en un grado. Si la marea estaba a la tarde, venía a otra sección del
mismo grado… otra maestra, otros horarios de horas especiales…
Si la marea estaba intermedia,
venía un rato por turno.
Varios maestros, varios compañeros
más de lo común, espacios de tiempo con los porteros o las secretarias que
“pareciera” que en la escuela “no están para enseñar”.
Un día que Gladys, la profesora de
plástica, también se quedó a almorzar, aprendió cómo iban rotando las mareas…
entonces comprendió que podíamos “planificar” los tiempos… que podíamos saber
de ante mano a qué hora iba a poder venir a la escuela la semana siguiente… y se
le iluminó la cara.
“Le voy a contar a mi mamá” y salió
corriendo.
Cuando Ramiro festejó su cumple la
mamá puso en la tarjetita “la marea baja a las 15 y sube a las 19 hs.”
indicando así la venida y el retiro de los chicos. Y todos los papás del grado
se “enteraron” del “asunto”.
Así, nos armarnos “con pedazos”,
nos componemos con lo que venga tal como venga dado. Tal vez podríamos
dejar que las inasistencias determinen la
promoción de Merlu, pero elegimos navegar en el mundo de la escuela con
lo que se nos ofrecía.
No sólo es: “Merlu vive en una isla
y no puede salir”… entonces hacemos “lo que venga”. Hay un trabajo de planificación
y de organización mucho más profundo… no es “hacemos lo que pinta”.
Que Merlina estuviera en la escuela
era lo más importante. Si nos ceñimos a unas formas que incluyen horarios y
regularidades, la dejamos afuera.
La naturaleza no es “regular”…
tiene bajas y pleas… y también “mareas extraordinarias”… y las mareas
extraordinarias dejan la costa sembrada de caracoles nuevos.
¿Qué significaba
para nosotros brindarle a Merlina un lugar cuidadoso y bello que se arme con la
marea? ¿Qué podíamos hacer -como escuela- para que ella tenga lo más cercano posible a
lo que necesitaba?
Nos cuidamos mucho
de “no salirnos por la tangente”… y empezar a mover “reclamando”… un bote para Merlina y su mamá… una casa en tierra firme…
Pensamos como
escuela.
Como escuela, como
escuela, como escuela… nos complica… se nos prende el automático de la queja y
la restitución.
Volvemos: como
escuela, como escuela, como escuela…
Y una manera, a la
hora de pensar estas situaciones es la interrupción de lo que creemos saber sin
habernos parado a cuestionar y a pensar desde nuestra propia experiencia lo que
todo el mundo sabe, dice y piensa…
“No se puede”, “no
existe”, “es difícil”…
Quizás.
Interpelar los
automatismos del saber en un gesto más de “deshechura” que de armado.
Y eso ya es un
dibujo de la escuela del todo novedoso…
Creemos que estas
situaciones que caen de los renglones normados, son la oportunidad de promover
otras formas, unas alternativas propias y singulares, locales frente a la
tendencia homogeneizadora de la escuela.
En ese sentido, entonces,
creemos que es importante promover la voz propia posicionándose contra la
exclusión.
A partir de nuestra
propia voz, es desde donde podemos generar un espacio de búsqueda. Que
no sea ajeno al espacio común citado por los expertos, pero que a su vez nos
defina singularmente.
Esto nos pasa a
nosotros.
Nosotros somos con
Merlina.
Merlina es con las
mareas.
Sólo nosotros podemos
construir una manera de contener-nos.
Pueden los libros y
las películas ayudarnos a pensar… podemos charlar con expertos que nos aporten
ideas increíbles o recurrir a otros estamentos gubernamentales que ayuden a
“paliar” alguna situación complicada…
Pero somos
nos+otros los que podemos elegir la mejor opción frente a la jugada que nos
presenta la vida… la vida de la escuela. La vida de Merlina.
Y cuando la opción
está tomada, es la mejor… “si sucede, conviene” nos dice Marisol, la maestra de
2º.
Si sucede,
conviene… me quedo pensando.
Chantal Maillard dice: “Hemos aprendido a responder con la
risa a lo que nos han enseñado que era risible… no nos han dicho ‘hacé de esa cosa algo risible’… lo que
ha sucedido es que ante esa cosa se han puesto a reír y hemos imitado su
gesto…”[1]
Tal vez, es
necesario desaprender las ideas de
segunda mano e inventarnos nuevas. Deshacernos de los gestos que imitan viejos
patrones. Desaprender para crear.
Interrogar y
problematizar los discursos “armados” nos invita a oponerles una forma de decir
más “abarcativa” para nosotros… “de” nosotros sería.
Pensar desde cada
escuela, desde cada chico, desde cada maestro, es una vía, creemos, muy fértil
para intentar develar lo que se nos presenta bajo la forma de lo “obvio”.
No se trata, nos
parece, de “dejar” que en la escuela convivan híbridamente, mundos diversos.
Tampoco se trata,
creemos, de hacer que la lucha política por los derechos de los diferentes
estilos de vida, hagan de válvula de escape mientras las desigualdades en el
plano de las condiciones cotidianas y elementales de vida en la escuela (que es
lo que nos ocupa) queden sin ser abordadas.
No hacer de la
lucha macro un “barniz”, que tape la cosa diaria en la escuela.
Merli, por más que
la tomo para hablar sobre las desigualdades que producen exclusión en la
escuela, como no podía ser de otra forma, también está en relación con el
currículum escolar, con los síndromes, con las razas...
A nosotros nos
surgió entonces la necesidad de pensar sobre la distancia entre el “deber ser”
y lo que se es.
La distancia entre lo que se dice y se hace en la realidad.
A partir de la
presencia de Merli… de la presencia intermitente de Merli y de los aprendizajes
que ella claramente hacía con María Luisa sobre todo, nos nacieron interrogantes
sobre lo que decidimos enseñar declarativamente y su relación, a veces
contradictoria, con las actitudes cotidianas que constituyen las
manifestaciones de las diferencias en la escuela.
Volvimos a pensar
en la “deshechura”…
Nos invitamos
formalmente a descreer, a desaprender, a desautomatizar.
Nos resultó
increíblemente fructífero a la hora de encontrarnos con los chicos… la verdad
que más desde el sentir que desde la razón…
Esta deshechura también nos resguardaba de quedar
atrapados en nuestro ser “maestros” como constitución final y acabada… y
resguardaba a los chicos –y sus familias- de una identidad sustancial determinada e inamovible para
dar/dales/darnos lugar a un movimiento como de marea… con sus pleas y sus bajas
y entramarnos en una suerte de juego de veladuras y develaduras una y otra vez.
Esa es la primera
“deshechura” de la escuela moderna.
Encontrarnos más
“ligeros” con los chicos sean “bolitas”, argentinos, galensos, negritos,
estimulados, quedos, hijos de fileteros, hijos de funcionarios, ADDs, ABCs, que
vienen a horario o que vienen cuando baja la marea…
***
Fragmento de Señales de Vida: bitácora de la escuela, de
Teresa Punta
(de
Lugar Editorial, Colección del Melón: Libros que cuentan la infancia, 2012).
La 4
(Escuela Provincial Nº 4 de Rawson, Provincia de Chubut) es una escuela, que en
ese entonces, contaba con una matrícula de aproximadamente 500 alumnos y con
una planta funcional de 55 adultos. Hace varios años que tratamos de trabajar
para desarmar los mecanismos discriminatorios que se instalan en las escuelas
no sólo por lo que pensamos los maestros, sino también por lo que a veces traen
los chicos o por la naturalización de algunos mecanismos institucionales que
refuerzan las miradas discriminatorias. Por ejemplo, los sistemas de promoción.
La escuela reproduce y se hace eco de las formas de discriminación social y
también, a veces, “se da maña” para crear sus propias formas de discriminación.
Algunas
escuelas, ante algunas situaciones de exclusión, hemos iniciado ciertos
movimientos a partir de nuevos modos de vinculación y de armado de tramas,
tanto con las ideas en sí como con las personas -los chicos y sus familias-
buscando equilibrar la discriminación negativa que produce la exclusión y que
deja marcas indelebles en los chicos – y en los adultos, luego-.
Pero este
libro no es sólo un intento de pensar –visibilizar- desestabilizar –crear sobre
las ideas y consecuencias de la inclusión y exclusión. Podríamos decir que ése
es un tema intenso en estas páginas, pero además florecen las múltiples fugas
que nos hacen indagar la escuela, hechas de mucho más que conocimiento, de
muchos más que maestros y chicos, sobre todo de las experiencias subjetivas y
amorosas a las que nos vimos impulsados.
Estamos
convencidos que esa invitación que nos formulamos con la escritura es a volver
a nacer. Volver a nacer escuela. De otras formas, de otros modos, para poder
encontrarnos con los chicos lo más despojados posible de automatismos y saberes
cerrados que nos digan –antes de conocerlos- cómo debe producirse ese
encuentro… bajo qué maneras.
Todos
estamos equipados para fabricar mundos, para hacer conjeturas, para hacernos
florecer. La cuestión es cuáles son las condiciones para que esta clase de
actividad suceda y cuáles son las rutas para su enseñanza.