Ecce Lobo

Llegar a ser lo que se es
Por Lobo Suelto!


La boca es la clave. Regula las dietas y expresa los humores. Se trata, por el mordisco, de alcanzar la carcajada. Descabezar la víbora que se nos introduce en la garganta de un modo abrupto y decidido. Y luego escupirla. Liberada la cavidad bucal y las vías respiratorias la risa viene sola, plena. Mordiendo a fondo, los colmillos despiertan, afilados; desentumecemos la lengua y el gusto.
“¡¡¡Muerde, muerde!!!”

Régimen estricto para recobrar la salud: evitar –¡¡esto es capital!!– el mundo del elenco. La búsqueda de gloria está entre las substancias más nocivas. La unión de la fama y la buena conciencia puede aparejar úlcera y debilidad cárnica. El consumo de ideales, va de suyo, lleva a la dispepsia. Rechazar, por lo tanto, toda verba edificante. Toda escena individualizante. Insistir  en este punto: entregarse a esos juegos venenosos contribuye al crecimiento de parásitos internos, cuerpos anillados y rastreros.

“¡¡¡Muerde!!!”

¿Cómo se reconoce al elenco? No fácil. El elenco es literario, cinéfilo, periodístico, político, filosófico. ¿Qué tienen en común? Carecen de interés para quien busca afirmar su organismo. La pasividad admirativa produce concentración de tejido adiposo en las axilas y bajo el trasero.  El elenco es inseparable de la producción de criterios y jerarquías de lenguaje y de escritura. Para absorber la confianza de los otros, se nutre de reglas del buen sentido y del sentido común. El pensamiento así macerado se vuelve fóbico a la condición real de lo real.

El elenco tiende a interpretar la voz pastosa y destacada de “el modelo”. Flatus vocis. Se postula como superestructura de la salida de la crisis. Muchos grupos, muchas firmas, cientos de palabras, miles de sonrisas… dientecitos vegetarianos. El éxito acreditado en el campo simbólico y material, en el público y el privado. 

El elenco es lo más próximo e inestable. Ensayo general para lo póstumo.  

“¡¡¡Muerde, muerde!!!”

Se recomienda fuertemente huir al monte, recobrar los instintos más in-fames. Más que “intervenir”, se sugiere buscar donde y como respirar. Retomar los largos paseos por el bosque. Adentrarse en la maleza, hasta no poder diferenciar ya el bien y el mal. Sobre todo no aferrarse al Bien. Ni en nombre de los valores más altos –esos que surgen del piadoso y vaciado lenguaje de lo político; del más soso y teológico de los modos del habla; del más apasionado y cómodo– podemos tolerar el desmonte.  

”¡¡Muerde!!” 

Escapar de la estupidez. Ante todo de la propia. La más íntima y recurrente. Del rictus serio. Pero sobre todo de la sonrisa social. Es mentira que el peligro está en la mentira, la falsedad o el error. ¡¡Desoír a los nuevos sacerdotes!! La salud no está en la verdad, sino en la destrucción del régimen vigente de evaluación de las verdades. Por lamentable que sea, nada se nos oculta. Nada hay por develar. Toda la pesadez y toda la acidez provienen de lo mismo. De esa estupidez que nos carcome. Esas verdades sin vuelo, esas verdades que son prisiones. Que no arriesgan ni inventan. Serpientes de aire y papel que nos atragantan.

“¡¡¡Muerde, muerde!!!”

Rechazar sin reparos toda dosificación de –llamémosla así– “la crítica”. La disidencia a que nos encomendamos no debe reparar en el juicio moral, sino en los más deliciosos cuidados de la infamia. Cada palabra, incluso cada letra, debe aspirar a la más radical de las infamias. A ese bíos común que no parte nunca del sentido ni posee las reglas del sentido común.

Infamia, sí: marchar con los bastardos sin gloria. Vidas que sólo se son célebres solo cuando chocan contra el poder. Errar infame, sí. ¡Fiesta! Fiesta crepuscular de la anarquía coronada. Fiesta que solo empieza con la llegada de los fantasmas. Hasta que ellos no bailen libres, catárticos para nosotros, no llegaran las convulsiones que anuncian el fin del tratamiento.

Recobrar la distancia con las vanguardias literarias y los militantes-especialistas. Volver a un decir verdadero ante la literatura, y no desde ella. Ante la política y no desde ella. Más cerca de la apertura desconocida que de la evidencia por confirmar (y administrar). Desplazarse al extremo. Forjar, allí, un matiz. Pero real. Substancial. Recordar el presente: los años de gratuidad en los acantilados. Nuestra propia insignificancia histórica. Y volver a reír.

Carnaval del final. Lobo suelto, otra vez.