El partido dinámico del orden, coyuntural

Que el peronismo se proponga como el partido viable del orden no es difícil de decir. Ni las clases dominantes ni las masas populares (suponiendo que estas palabras se ajusten a lo que pretenden nombrar) han logrado superar al peronismo en este propósito. Sin el peronismo, es decir, sin la debida atención a las masas populares, no existe orden estable. El antaño célebre “partido militar” fue operativo ante el desborde de la resistencia popular (mayoritariamente peronista, claro), y sólo cuando fue quebrado (en 1982) y en una coyuntura global particular pudo concebirse esa invención celebérrima que fue el peronismo menemista.


Que el orden peronista es igualmente insuperable para las llamadas “masas populares” es, también, constatable cuando observamos la capacidad de supervivencia y recreación de la memoria de bienestar y plebeyismo del primer peronismo. No hay otro modo de explicar la duración de esas banderas en épocas de resistencia desde abajo y de integración desde arriba.

Aún hoy el peronismo aspira a presentarse como fuente prolífica de invención de formas políticas. Así lo siente nuestra época. Y sea para ratifica o revocar esta creencia se tensan las diferentes perspectivas del presente. 

De todos modos, la remisión de toda invención de formas políticas al peronismo oculta la singularidad de cada una de estas secuencias, entre las que encontramos la relación con los sindicatos y con la juventud, con el empresariado y los mercados, o con los movimientos sociales y los organismos de derechos humanos. En todos estos casos -y con sentidos incluso antagónicos entre sí- el peronismo toma la forma de una lengua flexible para recibir de afuera toda dinámica que brota del grado cero de la política.

El kirchnerismo pertenece por derecho a esta tradición. Se nutre de estas vertientes, pero haciendo beneficio de inventario e inventando tonos y formatos. Su aporte específico fue el dinamismo y la capacidad de contactar con el desborde. Su grado cero fue el 2001, las asambleas, los piqueteros y las madres de plaza de mayo. Su capacidad de invocar y convocar fue enorme y sorpresiva. La capacidad de crear orden con los elementos que brotaron al calor del conflicto (destituyente) acabó por seducir a jóvenes, ex militantes e intelectuales fascinados por el milagro de asistir a un orden diferente. Reparación y homenaje, dinero y narración proporcionaron a este nuevo momento de estabilidad los rasgos de una nueva hegemonía

Hasta el momento, el llamado kirchnerismo ha sido grande en la agonía, y patético en la victoria.  Bajo el signo de la derrota –que acompañó a Néstor Kirchner desde mayo del 2003 y, luego, a Cristina Fernandez desde mediados del 2009- brilló como nunca en el gesto inesperado, convocante en la apertura y conmovedor en el riesgo.  Tiempos esos en que fuimos kirchnernistas más o menos secretamente y a pesar nuestro. Los otros momentos, los de holgada preponderancia, dieron lugar a las formas  más torpes de la corrupción política.

Uno de los problemas de este modo de gobernar (2003-2011) es que monopoliza la política en el palacio, concentrando las miradas, y desactivando otros momentos de lo político. ¿Cómo se tramita el momento actual? Difícil, una mezcla extraña de ambos. La muerte de Kirchner selló con una mística popular y juvenil deslumbrante lo que a todas luces parece ser una irrefrenable victoria del kirchnerismo en las próximas elecciones presidenciales. Cuando escribo estas notas no hay confirmación de la casi segura postulación de Cristina Fernandez a la reelección.  La falta de desafíos por parte de la llamada “oposición” (objetivo estratégico del kirchnerismo) puede volverse en contra demasiado rápidamente. De hecho, el campo propio muestra signos de desgobierno y los enemigos del gobierno operan desde fuera del campo electoral.

El “caso Shocklender" sobrevuela la escena cargando la atmósfera de un dramatismo excesivo (y, tal vez, sólo momentáneo) y tiñendo otras situaciones (seguramente menores) de una incertidumbre inexplicable.  La “pelea” con Moyano, la –hasta ahora- floja campaña de Filmus, ciertos escandaletes ingobernables como los del INADI, la inclusión de la lista de disputados de Sabatella en Provincia de Buenos Aires a las filas del Frente para la Victoria, la falta de apoyo oficial al diputado Rossi en Santa Fe,  los rumores insistentes de dentro y fuera del kirchnerismo respecto de que Garré y compañía deben suspender sus cuestionamientos a Scioli y su política de “seguridad”, el erosionante crecimiento de la inflación… todo esto carga, decimos, la escena. Y, como si todo esto fuera poco, aparece Clarín (la presentación desafiante de la disposición de los hijos apropiados por la señora de Noble respecto de cotejar sus ADN a fin de constatar si son hijos de desaparecidos) intentando desestabilizar el tipo de legitimidad oficial sustentada sobre el apego a los organismos –y la memoria- de los Derechos Humanos. 

La postulación de Cristina Fernandez a la reelección debería venir acompañada de gestos suficientemente contundentes como para despejar dudas, relanzar su capacidad de galvanizar y neutralizar fantasmas. 
El "Tolo" Toly, 17 de junio de 2011